Concierto - Diverdi
Concierto - Diverdi
Concierto - Diverdi
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Benjamin Britten<br />
50 di v e r di siglo XX<br />
Itinerario de Gustav von Aschenbach<br />
Dynamic presenta una puesta en escena de Pier Luigi Pizzi, con dirección musical de Bruno Bartoletti,<br />
de Muerte en Venecia, la última ópera de Benjamin Britten<br />
Alguien que compone quince óperas a lo largo de<br />
su vida puede ser considerado un operista. No es<br />
operista cualquier buen o buenísimo compositor<br />
que compone un título señero. Uno solo. Debussy<br />
pudo haberlo sido, pero no lo fue, sólo terminó<br />
una ópera –aunque, caramba, qué ópera– de las<br />
muchas en las que se embarcó. Compositores de<br />
las mejores óperas del siglo XX sólo han compuesto<br />
uno o dos títulos. Gershwin, con su Porgy and<br />
Bess, que es una maravilla, no es un operista. Tal<br />
vez lo hubiera sido, no sabemos; pero se fue demasiado<br />
pronto de este mundo. Pese a sus cuatro títulos,<br />
Schoenberg no es operista. Pese a sus Diálogos<br />
de carmelitas, tampoco lo es Poulenc. Tampoco<br />
Berg, que compuso las dos óperas acaso más<br />
importantes de la centuria. Sí lo es Martinu, con<br />
quince; y Richard Strauss, con otras quince. Y<br />
Prokófiev, pero no Shostakóvich, al que pararon<br />
los pies demasiado pronto. Sí lo es Henze, sí lo es<br />
Aribert Reimann, y ya puede decirse que lo es<br />
Philip Boesmans. Como lo es John Adams.<br />
Ese número de quince (se diría que mágico)<br />
lo alcanza Benjamin Britten con Muerte en Venecia,<br />
estrenada en 1973 y escrita por Myfanway Piper,<br />
la misma amiga y libretista de la maravillosa The<br />
turn of the screw y de la singularísima<br />
Owen Wingrave (1). Las<br />
óperas de Britten forman una<br />
secuencia imparable entre 1945<br />
y el final de su vida, desde Peter<br />
Grimes hasta la que ahora nos<br />
ocupa. En medio, un buen montón<br />
de obras de distinto alcance:<br />
las óperas de duración e instrumentación<br />
normales Billy Budd,<br />
Gloriana, A Midsummer night’s<br />
dream, y Owen Wingrave, ésta de<br />
1971, compuesta directamente<br />
para televisión (increíble, ¿verdad?);<br />
las óperas de cámara The<br />
rape of Lucretia, Albert Herring<br />
y The turn of the screw (más The<br />
Beggar’s Opera, brillante revisión<br />
del exitazo de John Gay del siglo<br />
XVIII); los mistery plays y las<br />
parábolas de iglesia, de duración<br />
menor, Noye’s Fludde, Curlew<br />
River, The burning fiery furnace,<br />
The prodigal son, a las que podríamos<br />
añadir The little sweep, que<br />
no es ni una cosa ni otra, y que<br />
formaba parte de una pieza teatral<br />
más amplia, Let’s make an<br />
opera!<br />
Muerte en Venecia es la adaptación<br />
de la novela corta de<br />
Thomas Mann de igual título<br />
(Der Tod in Venedig, 1912), y es<br />
casi contemporánea de la película<br />
rodada por Luchino<br />
Visconti. Pero desde ahora mismo<br />
les insto: prescindan de cualquier<br />
comparación a tres en que vayan incluidas la<br />
película y la ópera.Nada tienen que ver. Comparen<br />
la novela con la película. Comparen la ópera con<br />
la novela. Pero entre lo que propone Visconti y lo<br />
que propone Britten no hay relación alguna, al<br />
margen de la línea de la historia, de la anécdota. De<br />
todas maneras, algo tendremos que decir en determinado<br />
momento, pero más que nada “sobre el<br />
arte de la adaptación de un relato a otro medio”.<br />
En fin, dejemos con claridad nuestro criterio en<br />
cuanto a cierta cuestión interesante pero no exclusiva:<br />
la ópera es más susceptible de configurar un<br />
icono gay que la propia película: el agon de la Fiesta<br />
del Sol, las escenas de playa con sus cuerpos masculinos<br />
medio desnudos, las danzas de esos cuerpos.<br />
Adelantemos que Pizzi equilibra la cuestión<br />
con la presencia de unas cuantas bellezas femeninas<br />
que se mueven, actúan y danzan con elegancia<br />
insuperable.<br />
El gran riesgo que asumió Britten en esta última<br />
ópera no tiene nada que ver con la temática<br />
homosexual, un asunto que a principios de los<br />
años setenta ya podía tratarse en los escenarios(y<br />
una novela sobre la homosexualidad en los colleges,<br />
como Maurice, de Edward Morgan Foster,<br />
Santiago Martín Bermúdez<br />
podía por fin publicarse en 1971) El riesgo, pues,<br />
fue otro: Britten componía una ópera en la que el<br />
elemento visual, danzado, tenía para la acción<br />
unaimportancia semejante y a veces superior a la<br />
parte cantada. Esta parte estaba reservada de manera<br />
abrumadora al protagonista, el escritor Gustav<br />
von Aschenbach, tenor, al que respondía sobre<br />
todo un barítono multiplicando fugaces cometidos<br />
que juntos parecían formar un solo papel, mezcla<br />
del destino, la muerte, el dios del abismo, la enfermedad,<br />
la traición, y qué sé yo cuántas cosas. Hay<br />
otros cantantes para cometidos concretos: un contratenor<br />
para la voz de Apolo y un tenor para el<br />
Young English Clerk; y otros episódicos, como la<br />
vendedora de fresas o de periódicos. Hay un coro,<br />
que puede situarse en el foso o entre bastidores, fuera<br />
de escena en cualquier caso. Ese coro actúa,<br />
pero no se le ve. Los que están en escena son los<br />
componentes no de un coro, sino de un conjunto<br />
que baila, y que no canta. Ese conjunto se desdobla<br />
en ocasiones en personajes sin nombre, pero<br />
actuantes (escena de la Fiesta del Sol, escena de los<br />
Cómicos).<br />
Tadzio y los jóvenes veraneantes, el admirado<br />
muchacho, su amigo Jaschiu y la familia polaca,<br />
son bailarines-actores. Tadzio es un bailarín<br />
hecho y derecho. En consecuencia, no se puede<br />
adjudicar su papel a un muchacho, como hizo<br />
Visconti al elegir finalmente a un chico de quince<br />
años, Björn Andrésen. Tadzio, en Visconti, se acerca<br />
al modelo del David de Donatello en pequeño.<br />
En Thomas Mann era un chico de catorce. En<br />
Britten la cosa da para más: aquí se acerca a otro<br />
icono gay, el de San Sebastián; es un joven, es un<br />
hombre. Es la opción que ha abrazado Pizzi de<br />
manera decidida y en todas sus consecuencias, en<br />
contraste con la antigua puesta en escena de<br />
Glyndebourne de Stephen Lawless y Martha<br />
Clarke, en donde se optaba por un muchachote<br />
adolescente que parecía salido de una pandilla del<br />
instituto y cuya discutible belleza parecía amenazada<br />
por la ingestión de salchichas.<br />
Hay una escena que se han inventado<br />
Myfanwy Piper y Britten, la séptima, la que cierra<br />
el primer acto, la que supone el punto culminante<br />
de la crisis: la Fiesta del Sol. En ella los elementos<br />
griegos, socráticos, platónicos, míticos (Apolo<br />
y Dionisos), presentes de manera manifiesta en el<br />
monólogo de Aschenbach en el relato (un monólogo<br />
en tercera persona, es cierto) eclosionan en<br />
un agon al margen del realismo en el que el joven,<br />
admirado, mimado Tadzio es vencedor en los juegos,<br />
como un héroe de Píndaro. El acto y la escena<br />
se cierran con la confesión para sí mismo del<br />
protagonista: Te amo.<br />
A estas alturas de la vida y el arte no creo que<br />
debamos detenernos demasiado en aquel tipo ya<br />
histórico, que se dio sobre todo en Europa Central,<br />
y en especial en la parte germánica: el que buscaba<br />
el arte por el arte, y que normalmente provenía<br />
de una familia para la cual lo importante era que<br />
los negocios eran los negocios, y que formaba parte