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VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclos A, B y C - Autores Catolicos

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HAGIOGRAFÍA<br />

La correlación <strong>del</strong> Purgatorio con la justificación<br />

anclada en el amor más o menos perfecto según la<br />

donación incluye el holocausto de sí<br />

“La doctrina sobre el purgatorio parece a primera vista<br />

una parte menos importante <strong>del</strong> edificio de la fe<br />

cristiana. Pero quien lo vea con los ojos de Moro<br />

comprenderá que en ella está comprendida toda la<br />

doctrina cristiana. Es imposible creer que la Iglesia<br />

es Cuerpo místico de Cristo, que incluye la Communio<br />

sanctorum, esto es, la comunidad de todos los<br />

cristianos, tanto de los vivos como de los muertos, y<br />

que existe una vida eterna en Dios, a quien no puede<br />

llegar nada impuro o sucio, sin estar al mismo tiempo<br />

convencido de la existencia <strong>del</strong> Purgatorio. Convencido<br />

de él como de una necesidad de amor. El hecho de que el<br />

alma, que al salir de este mundo aún no sea perfecta,<br />

no esté completamente limpia para la unión amorosa con<br />

Dios, tenga que ser preparada para ella, haya de ser<br />

purificada, entra, por así decirlo, dentro de la lógica<br />

de la salvación, de la Gracia y <strong>del</strong> Amor. Se trata no<br />

de un castigo, en el sentido de venganza sino de una<br />

preparación en el sentido de arrepentimiento y<br />

penitencia, por amor. El alma la desea con ímpetu<br />

irresistible. Moro era incapaz de ver esto de otra<br />

manera. E igual de incomprensible le resultaba la<br />

opinión de que la suerte de las almas no importa nada a<br />

los que viven sobre la tierra. La comunión,<br />

amorosamente rogante, de los cristianos que viven en<br />

este y en el otro mundo, la Iglesia nunca la había<br />

negado, sino que siempre la había vivido y practicado.<br />

De ello habla Tomás una y otra vez. No es imaginable<br />

una piedad cristiana que se olvide de los muertos”.<br />

(Péter Berglar: Tomás Moro, Palabra, pág. 240).<br />

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