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edad, sino por el aferramiento a lo que es pasajero y efímero. Así, la juventud sería el periodo en<br />
el que la persona se resiste a tomar caminos que limiten otras opciones, donde las elecciones están<br />
abiertas, donde existen nuevas posibilidades y comienzos disponibles. Considerando que estabilidad<br />
de pareja, estabilidad laboral y estabilidad residencial son los hitos fundamentales que conducen<br />
a las y los jóvenes a la edad madura, lo que esta autora denomina “la estrategia de la indefinición”,<br />
es decir, evitar tomar caminos que no tengan un carácter decisivo y dejar vías abiertas a la<br />
irreversibilidad, se presenta como un rasgo definitorio de las y los jóvenes por ella estudiados. El<br />
futuro de la adultez, caracterizado por horarios reglados, trabajo, familia, comodidad y monótona<br />
estabilidad está en otro tiempo, que llegará de forma inevitable, pero no se busca. Existe así un<br />
consciente propósito de “moratoria de la edad adulta”. En el caso de las mujeres, remarca Lasén<br />
(1998), a esta falta de entusiasmo se suma la certeza de las incompatibilidades y limitaciones que<br />
les impondrán la maternidad y el matrimonio. Esta autora realiza un sugerente recorrido por la<br />
concepción y vivencia temporal de los y las jóvenes, centrándose más bien en aspectos vivenciales<br />
y experienciales y aproximándose, así, a una idea de juventud caracterizada por la autoadscripción<br />
(Irazuzta, 1999:297).<br />
Pero el hecho de que la juventud se haya convertido en un modelo, un ideal, no significa que este<br />
patrón sea unívoco: hay una enorme diversidad de situaciones, vivencias, prácticas… asociadas al<br />
“ser joven”, que configuran un rico caleidoscopio.<br />
Precisamente “El caleidoscopio juvenil” es el título del apartado en el que un grupo de investigadoras<br />
–entre las que se encontraban dos de las antropólogas que firman este informe- analizaban<br />
la diversidad en formas de vida, itinerarios y cosmovisiones de las y los jóvenes que participaron<br />
en un estudio más amplio orientado a examinar y visibilizar posibles modelos emergentes en los<br />
sistemas y las relaciones de género (Del Valle et al., 2002). Como estas mismas autoras señalaban,<br />
en la base de esta diversidad se encuentran elementos diferenciadores y jerarquizantes relacionados<br />
con aspectos geográficos (origen), étnicos, históricos, socio-económicos y de género. Esta última<br />
distinción (objeto de estudio en esta investigación) merece, en palabras de Feixa, una atención<br />
particular, pues, como él indica, “acceder a la vida adulta nunca ha significado lo mismo para los<br />
hombres, para las mujeres y para los que se adscriben a un `tercer sexo´”(1998:19). De hecho, apostilla,<br />
la transición juvenil –como, en nuestra opinión lo es la socialización infantil- es basicamente<br />
un proceso de identificación con un determinado género.<br />
Así, aunque históricamente se haya considerado la juventud como un proceso de emancipación<br />
familiar, económico e ideológico, en la práctica éste ha sido un privilegio casi exclusivo de los varones<br />
(varones pertenecientes además a determinadas clases sociales). Fruto de esta circunstancia,<br />
hasta épocas recientes las imágenes sociales predominantes sobre la juventud se han asociado<br />
–consciente o inconscientemente- a la juventud masculina. Tendremos que esperar hasta los años<br />
1980 para encontrar los primeros estudios feministas críticos con la definición de juventud y la<br />
visión de las culturas juveniles imperantes hasta la fecha.<br />
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