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T<br />
CONTINUIDADES<br />
anto en la dimensión práctica como en la simbólica<br />
se observa la permanencia de estereotipos<br />
y modelos clásicos de género. Las personas<br />
jóvenes entrevistadas reconocen la diversidad<br />
de modelos de mujeres y de hombres en la sociedad actual pero, a su vez, defienden un planteamiento<br />
claramente dimórfico, dicotomizado respecto al género, relativo tanto a aspectos físicos<br />
como de carácter y comportamiento. Es decir, los estereotipos basados en atributos y conductas<br />
consideradas apropiadas y aconsejables para las chicas y para los chicos no han sufrido modificaciones<br />
notables: en definitiva, la juventud vasca se sigue definiendo en base al par “chicas sensibles<br />
/ chicos fuertes”.<br />
A la vez, perdura el mito de la mujer vasca poderosa y la naturalización, por una parte, de la<br />
maternidad como algo fundamental en la identidad de las mujeres, un destino ineludible para ellas<br />
y, por otra, del reparto del trabajo en relación a unas aptitudes y predisposiciones consideradas<br />
innatas. La familia sigue teniendo una enorme importancia como marco de referencia y como<br />
meta a la cual aspirar. A este respecto, además de la centralidad de la pareja, ser madre o padre es<br />
a menudo considerado como el último escalón de una progresiva entrada en el mundo adulto, tras<br />
el fin de los estudios, la emancipación del hogar parental, la formación de pareja y la estabilización<br />
profesional y laboral.<br />
Además, se sigue estableciendo una diferencia entre lo que se consideran “trabajos de mujeres”<br />
y “trabajos de hombres”, lo que creemos que tiene una relación directa con, entre otros factores,<br />
la elección diferencial de los estudios y profesiones.<br />
En otro orden de cosas, el miedo es un elemento clave en la socialización de las mujeres, algo que<br />
limita claramente su gestión del tiempo y del espacio, además de toda una retórica de la necesidad<br />
del control sobre sus vidas.<br />
En cuanto a la imagen corporal, a pesar de que los ideales de perfección y belleza afectan tanto<br />
a las mujeres como a los hombres, las chicas son más fácilmente objetualizadas y cosificadas que los<br />
chicos, en definitiva, más vulnerables a la crítica ajena. Y algunas dimensiones relativas al cuerpo<br />
(ej. todo lo relacionado con la fisiología reproductiva) siguen estando silenciadas.<br />
Aunque las jóvenes disfrutan de las nuevas libertades, las actitudes referidas, por ejemplo, a<br />
la sexualidad siguen estando dominadas por unos valores hegemónicos que exaltan la sexualidad<br />
masculina y la virilidad, en perjuicio de las mujeres (que siguen sufriendo críticas por ligar o por ser<br />
“demasiado” activas sexualmente) y de las personas no heterosexuales. La actitud paradójica ante<br />
la homosexualidad constituye también un nudo simbólico de desigualdad y, en definitiva, un espejo<br />
de cómo la heteronormatividad es uno de los principales sustentos de las desigualdades de género.<br />
Por otra parte, la segregación sexual (germen posible de desigualdad si no se dan ciertas condiciones)<br />
es una constante, particularmente evidente en las cuadrillas masculinas y los espacios de<br />
ocio –los locales o lonjas– ocupados sobre todo por varones. Sin embargo, las relaciones de amistad<br />
entre mujeres, fundamentales para el cambio, se invisibilizan y se sobredimensionan los conflictos<br />
en dichas relaciones.<br />
La socialización en modelos generizados es también una constante y a este nivel, el deporte<br />
(sobre todo el fútbol) se muestra como un espacio privilegiado de promoción de una masculinidad<br />
heterosexista. Así, por ejemplo, mientras las personas entrevistadas no aprecian diferencias en lo<br />
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