YOGA 71

Yoga y Flores de Bach
Mochilas que caen
Lo que me pesa es un conglomerado de estructuras de protección que me fui
construyendo para sentirme seguro. Lejos de protegerme me aísla. Hoy me arriesgo a
meterme con mi propio cuerpo.
Por Eduardo Londner
22 &
“¿Acaso perderme no es una forma de explorar territorios
desconocidos?” Ersh Sans Souci.
La pelota quedó picando en mi cancha. La maestra me lo dijo
con tanto amor que ni siquiera me sentí incómodo: -Estás
bien, sólo necesitás un poco menos de panza y te va a salir con
facilidad.
Dejé la clase pensando en mi resistencia a las dietas. No es que
no tenga voluntad o no quiera mejorar, simplemente creo que las
dietas son un negocio que causa más dolor que soluciones. Obviamente
no voy a discutir con semejante industria, es apenas una
creencia personal que no quiero inculcar a
nadie.
Pero la panza está en el camino entre mi nariz
y la rodilla. Sin ser esclavo de la “asana”,
puedo entender el mensaje.
Y sobre todo puedo cambiar, no necesito
quedarme en una posición firme y convencida
de algo que ya no funciona.
Tomé Vervain, que es la esencia que el dr.
Bach sugería a quienes estaban convencidos
como si fuera sangre en la roca de sus ideas.
También tomé un cuaderno y me puse a
escribir sobre mis creencias referentes a la
alimentación. No tenía nada que perder.
Florales que ayudan a
observar actitudes limitantes
• Vervain: opiniones rígidas y demasiado
seguras.
• Gorse: tristeza profunda.
• Impatiens: respetar el ritmo natural.
• Clematis: concentrarme en el aquí y ahora.
• Rock water: necesidad de ser extremadamente
disciplinado.
• Wild rose: capacidad de jugar.
• Larch: confianza en uno mismo.
En los siguientes días traté de disminuir las cantidades, y use una
estrategia que me pareció genial. Tomar un poco de agua cuando
tuviera hambre y esperar, por si mi sensación de sed se confundía
con la de hambre.
Siete días después me subí a la balanza, una hora antes de la clase.
El resultado fue devastador, había subido un kilo.
Tomé Gorse pero volví al cuaderno. Durante la clase cuando la
maestra me observaba trataba de ocultar la panza, pero nada. Su
gran intuición debió alejarla de mí. Me quedé con un par de preguntas
en la boca. Si seguían empujando mis labios tomaría Impatiens.
Si no lo arreglaba reduciendo la comida intensificaría
el ejercicio. Sumé dos largas caminatas
y una clase de baile en la semana.
Suspendí todo lo que contuviera grasa (mi
esposa jura que me levanto por la noche a
buscar cosas en la heladera, pero yo nunca
la veo despierta a esas horas).
El glorioso momento no arrojó una mejora
sustancial. Apenas cien gramos menos. Me
enfrasqué en una larga charla con el farmacéutico
en la que saqué dos conclusiones.
1) La balanza estaba calibrada.
2) No iba a tomar anfetaminas.
Volví frustrado a casa. Ese rincón que en