YOGA 71

Camino Chamánico
De cómo aprendí
a crear Salud
Este camino de autosanación que me llevó a la automaestría del amor, implicó
recordar que el secreto mágico que calmaba todo momento de dolor, miedo y angustia,
estaba tan cerca de mí que no lo había visto, “era yo misma”. Despejé la visión y abrí
mi corazón para darme cuenta de ello.
Por Nuna Saya
El mejor desafío que me puso el Gran Espíritu fue el de transitar
este camino sagrado en medio de la vorágine y la locura
de esta urbe, que está muy lejos de parecerse a la vida en la
montaña o la selva amazónica que conocí al iniciarme en el camino
chamánico.
Sin embargo tuve un aliado inconmensurable, la Pachamama me
condujo al bosque, él fue mi maestro en su espacio sagrado en el
centro de la ciudad, como un oasis en medio del desierto. Allí establecí
en un lugar especial, un vínculo absolutamente revelador y
amoroso con todos sus habitantes, mis hermanos: la familia de los
árboles, la de los que vuelan, los que nadan en el lago, los que se
arrastran, los de dos patas y los de cuatro…
Este es mi paraíso que me recuerda Quién Soy, ese en el que te
reunís con tu propia Alma que te dice: “todo valió la pena si pudiste
llegar hasta acá. Ahora la magia te vuelve a pertenecer, es tuya y con
ella podés hacer maravillas en tu proceso para ser mejor humana y
compartir la sabiduría con tus hermanos”.
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Kausay pacha
Y así se me fue mostrando una experiencia con el infinito, una experiencia
en la que recordé que estaba en una espiral que me llevó
al centro de mi corazón.
Entonces recordé cómo vivir según los ciclos que me mostraba la
Pachamama en toda su expresión, tiempo cíclico, tiempo del no
tiempo, tiempo sagrado en el que mi visión se fue ampliando desde
una presencia consciente con los regalos de cada estación, de la
lluvia, el arco iris, el sol, la luna, los colores y aromas de los árboles
y la tierra… un sentido del tiempo en el que me sentí cada vez más
parte de una totalidad más basta, en la que comprendí el lenguaje
de la Pachamama.
En ese contexto me sentí más viva que nunca, elegí girar en esa
espiral del tiempo que me fue recordando, en la intimidad de ese
lugar, los distintos ropajes con los que me había cubierto a modo
máscaras, de otros giros, y me desprendí de ellos, me desnudé tal
como los árboles se desprenden de sus hojas en otoño.