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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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Prisciliano Ruán Rentería era el nombre completo

de mi señor padre. Tendría entonces 37 años.

Fue un hombre sobresaliente, inusitadamente

atractivo y de fuerte carácter. Contrastando con

una especial sensibilidad. Abogado de profesión, y por las

tardes estudiante en el conservatorio nacional de música, el

violín fue su gran pasión. Dios le dio el talento, pero no tuvo

la oportunidad de realizarse en el ámbito profesional. Solamente

participó en conciertos organizados por la escuela de

música; se caracterizó por ser muy formal en su indumentaria,

invariablemente vestido de traje y corbata aun estando

en casa. Manejaba perfectamente el idioma castellano,

y disfrutaba jugando con el lenguaje metafórico, poseía singular

habilidad para hacer frases ingeniosas y a veces hasta

crueles. Estoy seguro que una de sus mayores frustraciones

fue que ninguno de sus hijos heredó –hasta entonces– esa

habilidad y su talento musical.

Él personalmente con enorme cariño y entusiasmo nos

impartía las clases de solfeo. Tenía un pizarrón pautado, y muy

a la mano una vara de membrillo que utilizaba como batuta, y

que cualquier cantidad de veces azotó en el trasero de alguno

de sus hijos que no prestaba atención a sus indicaciones, lo

cual le ocasionaba frustración y desencanto, de tal modo papá

Ruán se fue olvidando del pizarrón pautado, y de la posibilidad

de tener un genio musical en la familia, ya que a pesar de todo

su empeño e insistencia, ninguno de sus ocho hijos se interesó

en ese arte.

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