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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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te voy a encontrar; ya estoy entrando en la escuela... ya voy

caminando por los pasillos... ya voy subiendo las escaleras... ya

estoy muy cerca de ti... ¡ya te agarré!

Di un brinco del susto y se me puso la piel de gallina. Ya

no sabía que me causaba mayor espanto, si los policías que

me buscaban o la tal “pelona”, y sin pensarlo más me eché a

correr con rumbo a la salida.

Ya en el zaguán de la calle observé en todas direcciones

y suspiré aliviado al comprobar que no estaban los agentes.

Decidido me encaminé a la vecindad por la calle de Lecumberri

y, justamente al cruzar la avenida Ferrocarril de cintura, viene

a mi encuentro mi hermano Virgilio, quien a manera de saludo,

me amonesta:

–Po’s ¿dónde andabas malvado flaco? ¡Ya es muy tarde!

y mi mamá está muy preocupada y me mandó a buscarte.

Al verlo sentí enorme alivio y lo abracé sollozando,

al tiempo que trataba de explicarle lo ocurrido. Era tal mi

angustia que no podía hablar, se me agolpaban las palabras en

la garganta. Él, desconcertado, intentaba tranquilizarme.

–¡Cálmate flaco!, Dime, ¿qué tienes?

Pero en ese mismo instante se detiene un coche junto

a nosotros y del interior descienden los agentes judiciales,

y sin más me sujetan por los brazos inmovilizándome y

vociferando molestos.

–¡Cabrón chamaco! Estás empeorando tu situación y

esto es muy serio.

–¡Un momento! –interviene Virgilio– Yo soy su hermano,

¿de qué lo acusan?

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