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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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La ventruda dama queda cavilando unos instantes y

decidida indica:

–Está bien Lancho. ¡Corre por ella! ¡Y en el nombre sea

de dios!, porque va de por medio mi reputación. No quiero ni

pensar, lo que la gente pueda murmurar si ven entrar a esa

mujer en mi casa.

Chona la de Merano era una mujer alta de estatura,

como de mediana edad, de aspecto bondadoso y no malos

bigotes –dicho literalmente– le faltaba la pierna izquierda.

Llegó arrastrando una muleta y un morral terciado lleno de

yerbas. La acompañaban Esperanza y Leoncia. Risueña dijo a

manera de saludo:

–Téngame confianza niña porque mis manos han

devuelto la honra a muchas familias.

Sumamente indignada, la señorita Amézcua, vocifera:

–¡Cuide su lengua Chona! Que está hablando con una

dama que no ha conocido obra de varón. Mi problema, en este

momento es otro.

–Sí, sí, mujercita. Ya me lo explicó “la ronca”, y no se

ofenda. A ver, dígame, ¿qué remedios ha tomado?

–Bueno, Leoncia me recomendó que comiera muchas

tunas coloradas y changungas.

–¡Jesús mil veces!, pero ¿en qué cabeza cabe Leoncia?

Eso la tapó más.

La pobre muchacha no hallaba dónde meterse de la pena.

–¡Oh! Vaya, yo lo hice de buena fe. Y como oí decir que

era un remedio pa’ soltar el cuerpo...

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