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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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Y juró que jamás sería de ningún otro hombre, que permanecería

inmaculada por su amor a Espiridión Peribán; y

desde entonces le guarda luto, de tal manera que la inquieta

muchacha se quedó como dicen: “sin el cuadro y sin la estampa”.

La gente lo achacaba a que había sido un castigo de

dios, ya que le gustaba jugar con el amor de los hombres. Y

algo había de verdad, porque Andrea Epitacia era como “la

rabia” ¡ay! –santiguándose– ¡Ave María purísima! Creo que

ya me fui de la lengua, y estoy haciendo malas ausencias.

Tía Andreyita era de muy buen apetito, y sus muchachas

que tanto la querían se esmeraban en prepararle los

manjares de la cocina p’urhépecha. La golosa dama enviaba

especialmente a Eulogio, su mozo, a Zirahuén a traer pescado

blanco y charales; los quesos de Cotija le encantaban, las chirimoyas

de Tingambato, las devoraba con singular entusiasmo.

Así las cosas, se acercaban las fiestas de Nahuatzen, el

25 de agosto; la fiesta mayor de san Luis rey de Francia varias

semanas de festejo constante, la señorita Amezcua comentó

con sus muchachas:

–Tengo antojo de churipo –una especie de mole de olla–

pero que lleve mucho chambaréte, también de espinazo de

cerdo, con su morisqueta –entornando los ojos– de unas corundas

con chile verde y queso adobera, y ojalá pudieran hacerme

la caridad de unas toqueras –gorditas– de maíz prieto.

¡Ah! y como ya hay elotes tiernos también me apetecen unos

“huchepos” con jocóqui –ilusionada– además quiero unos

“torreznos” tortitas de charales y unos chiles anchos rellenos

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