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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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Los ojos de Margarito se humedecen.

–Sí, pues, Cristóbal, cumpliré tu encargo.

Los hombres se miran controlando su dolor y se abrazan

en silencio. Acto seguido, el agobiado viudo entra en la

troje y está a punto de cerrar la puerta cuando la voz de Margarito

lo detiene.

–¡Tente ahí Cristóbal Jaimes!

–¿Qué pues?

–Po’s que como somos cristianos, me haces el favor de

rezar el “yo pecador” no quiero que andes por ahí resollando

después de muerto.

–Sí, pues.

Solemne se santigua y cierra la puerta tras de sí. Refería

don Margarito Montaño que solamente se escuchaban los

llantos y sollozos, y de cuando en cuando unos golpes secos

contra las paredes que hacían suponer que don Cristóbal se

castigaba como si fuera un penitente. Pues lloraba sin parar

y por largo tiempo. Que él y todos en la casa estaban muy

asustados. Nomás con el alma en un hilo y tronándose los

dedos. Las mujeres de hinojos y con rosarios entre las manos

rezaban temerosas. Así pasaron dos días con sus noches.

Sorpresivamente la puerta de la troje se abrió y apareció en

el marco don Cristóbal, notoriamente fatigado y con su única

mano maltratada y manchada de sangre, limpiándose los ojos

al tiempo que decía su amigo:

–Con la novedá Montaño, que por más que lloré no se

me rompió el corazón, entonces pensé: debo aplacarme y de-

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