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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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–Seguramente te confundiste –intervino Sergio–.

–No. Eran siete, ¡lo juro!

Afirmaba la española. Yo estaba aterrado, quería que

me tragara la tierra, ni levanté la cara del plato pretextando

que comía. Sentí la mirada de mí cuñada Magaña, quien sin

duda adivinó mi temor –entre ella y yo, desde siempre existió

un fraternal cariño– con toda discreción y sin darle ninguna

importancia en tono de juego dijo:

–¡Ay Chonín!, yo creo que ya estás “peda”.

Sumamente indignada protestó la otra:

–¡No seas criminosa Magaña!, cierto que me gusta el

aperitivo, pero da la casualidad de que hoy aún no he bebido.

–¡Ya comadres!– terció Gildardo– no discutan por eso,

no vale la pena.

–Lo aseguro– afirma Magaña– porque yo compré los

chiles en el mercado y solamente pedí media docena.

–Pues yo creo que es alguien que me quiere perjudicar

–gritaba la Chonín– porque al irlos rellenando los conté y eran

siete. ¡Lo juro por la virgen del Pilar!

–Pues aunque lo jures por “la gloria de cotón” solo

compré seis –finalizó Magaña–. Desconcertada vociferó la

española:

–Pues entonces ¡que me emplumen!

Y todos reímos divertidos. Magaña y yo nos miramos en

complicidad. Íntimamente agradecía su actitud.

De tal forma, Evaristo harto de batallar, encontró acomodo

en un taller mecánico, y como mis expectativas eran

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