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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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y los postes de la luz se iban perdiendo, eso me entretenía y

echaba a andar mis ilusiones.

Nos apeamos en el Zócalo, frente al Centro Mercantil, una

tienda dentro de un palacio –hoy El Gran Hotel de la Ciudad de

México– Entonces el Zócalo era un hermoso jardín, impregnado

de verticales gladiolas de diversos colores apuntando al cielo;

llamaban poderosamente mi atención, imaginaba que eran

espadas, jamás recuerdo haber visto tantas, también había

fuentes de cantera y frondosas palmeras. Estoy refiriéndome

al año de 1948.

Nos encaminamos por la calle de cinco de mayo y pasamos

frente al cine Palacio en su marquesina se anunciaba la película

El ladrón de Bagdad. Dimos vuelta por Isabel la Católica, llamó

mi atención una iglesia imponente cubierta de cantera gris y

protegida por rejas negras, le llaman la iglesia de La Profesa

agregó mi papá. Hicimos alto en la esquina con Madero, papá

Ruán me explicó: “esta calle se llamó Plateros, muy famosa

por sus casas elegantes y sus tiendas”. Entramos al templo, su

interior me llenó de asombro, me pareció tan alta que daba la

impresión de que sus naves no terminaban nunca.

En el ángulo derecho, junto a un retablo se encuentra un

cristo crucificado muy oscuro, casi negro; con un rostro que es

un poema de bondad y dolor. Si uno se aproxima demasiado,

da la sensación de ser él quién lo mira a uno. Todo era novedoso

y asombraba a mis ojos de niño. Mi papá se percató de mi

interés y murmuró:

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