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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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os recuerdos cálidos de la niñez, aquellos

L

que se quedaron encerrados en el corazón,

inevitablemente surgen de pronto. Corría el

año 1952, y por esa época yo vivía con Sergio,

el mayor de mis hermanos, quien dicho sea de paso, tuvo

en mi alma de niño una enorme influencia. Nos encontrábamos

en Ciudad Delicias, Chihuahua, ya que era comerciante y

tenía una tienda de abarrotes. Diariamente tenía yo la obligación

de levantarme a las seis de mañana para barrer y lavar

la calle donde se ubicaba el negocio. Recuerdo como un mal

sueño el invierno inclemente del norte que me entumía por

fuera y por dentro. Al arrojar el agua sobre las baldosas, se

congelaba en los espacios rotos ante mi asombro por el efecto

de la temperatura. Algo parecido ocurría con mis manos y

pies que sentía ateridos.

Entonces yo tenía 12 años y una desgastada chamarra

que me cubría poco o nada. Ineludiblemente miraba con envidia

a los niños que pasaban abrigados, le rogué a mi hermano

que me comprara un suéter, indiferente respondía:

–¿Para qué? si tienes tu chamarra. Lo que debes hacer es

barrer de prisa y parejito y te olvidas del frío.

Advertía en lo verde de sus ojos cierta avaricia con un

dejo de placer que lastimaba mi desvalida niñez. Constatando

las murmuraciones familiares de que era genuinamente tacaño,

la vida a su lado no era fácil pero tampoco tenía alternativa,

ya que mi señor padre me había enviado con él para que experimentara

otra forma de vida. Y estaba claro que las decisiones

de don Prisciliano nunca estaban a discusión.

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