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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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sueño, pues esta bendita mujer era tan enigmática como

impredecible. Y yo, por supuesto me encontraba fascinado,

les había tomado mucho cariño a esos rituales, a los manjares,

a los vinos delicados, que eran auténtico polen y a los dulces

finos, pero sobre todas las cosas, me había aficionado a morder

los higos desnudos.

Debo aclarar que mientras Sor Ángeles trabajaba jamás

hablaba, permanecía en silencio como en estado de gracia;

solamente se desplazaba para preguntarme.

–Hombre de Dios, ¿tiene usted sed?

Eso le preocupaba enormemente. Imaginaba que el

joven soldado debió sufrir muchísimo por la tortura y la sed;

de modo que en su honor, me ofrecía abundante vino rojo al

tiempo que musitaba con ensoñación:

–Oh, si tú fueras como un hermano mío... Porque mejores

son tus amores que el vino...

Y supongo que de ahí surgió mi afición a la uva –a la

buena uva– dicho sea de paso, celosamente cuidaba que no

me aproximara al óleo, nunca lo permitió.

–Hasta que esté terminado –decía–.

Y justamente una tarde lluviosa al tiempo que suspiraba

murmuró:

–Ahora sí San Sebastián, puede ver su retrato.

Me desamarró y tomándome por una mano me condujo

frente a él. Quedé gratamente impactado, era un magnifico

trabajo. El cuadro casi de tamaño natural, y el parecido conmigo

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