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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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De tal forma, aprendí a cargar costales de maíz y fríjol

que pesaban más que yo. Trabajaba al parejo de los demás empleados

con la diferencia de que ellos sí cobraban un sueldo

y yo no. Únicamente me daba los alimentos y unos pesos los

domingos para que fuera al cine, siempre y cuando terminara

el aseo de la tienda a su total satisfacción.

Ir al cine era algo que esperaba con mucho entusiasmo, pues

sin saberlo era una forma de evadirme de mi realidad que no

me gustaba. Acostumbraba asistir al cine Lux o al Río ya tenía

familiarizados algunos rostros de actores nacionales y extranjeros

que me agradaban, y casi podría jurar que de esa forma

se manifiesta en mí el amor por el séptimo arte. Intuía que contaba

con la sensibilidad para la interpretación, y disfrutaba refugiándome

en el encantamiento cinematográfico.

Recuerdo también que a mi hermano le agradaba escuchar

la radio por las noches, mientras empacábamos la mercancía.

Trasmitían desde la capital por la X.E.W. un programa

musical siendo el tema la canción Nocturnal.

–“A través de las palmas que duermen tranquilas...”

Esa melodía me producía una especial ensoñación, mi

imaginación volaba, e imaginaba un futuro pleno de éxito.

Así las cosas, me hice amigo de un niño de mi edad que

era vecino, se llama David Real y Vásquez. Con frecuencia acudía

a la tienda por algún mandado y platicábamos, me animaba

para que fuera a la escuela con él. Lleno de ilusión me armé de

valor y le comenté a mi hermano mi deseo de estudiar, Sergio

me miró interrogante. Frenéticamente traté de explicarle lo

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