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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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Disfrutábamos enormemente con la ingenuidad y malicia

de los versos, y con ansiedad esperábamos nuestro turno. Todo

esto por cinco o siete centavos, ya que entonces se manejaban

monedas de dos centavos. Corría el año de 1947.

Por las tardes pasaba el merenguero. Entusiasmados

los chamacos corríamos para echar “volados”; mi hermano

Gildardo era muy hábil en ese arte –jamás descubrí si hacía

trampa– pero siempre ganaba y el pobre merenguero se iba

“despelucado” y con su tabla vacía en tanto que nosotros,

quedábamos felices con el montón de merengues que

devorábamos.

Desde que recuerdo me han gustado mucho las golosinas;

aunque me han acarreado algunos recuerdos de infausta

memoria, imposible olvidar la ocasión en que me encontraba

en la azotea haciendo mi tarea escuché el pregón de una voz

masculina:

–¡Cambio ropa usada por melcochaaa...! ¡Aquí está la

melcocha! Es de la buena, la de “calidá”.

Solamente de escuchar al pregonero, se me hacía agua

la boca –la melcocha es una mezcla de leche, canela, piloncillo

y vainillaque al cuajar se torna dura, parecida al turrón– ; la

llevaban en una caja de lámina que se colgaban al hombro

con una correa, y para despacharla la partían con un cincel.

Yo esperaba con ansiedad el momento en que el hombre

abriera la caja, ya que se desprendía un exquisito aroma

que era todo un poema. Debo aclarar que la melcocha no se

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