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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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jar de chillar, porque según mi entender, dios nuestro señor

quiere que yo siga viviendo. ¿Verdá tú?

–Sí pues, Cristóbal –sonríe– ya vimos que dios no cumple

antojos, ni endereza jorobados.

–Además, ¿yo qué puedo hacer ante lo imposible? Y mi

Melitona Mercedes que en gloria esté, po’s ya no me necesita.

Por lo tanto yo debo seguir en la vida –santiguándose– ¡y en el

nombre sea de Dios!

Y como él había leído en la Biblia “que no es bueno que

el hombre viva solo” y era muy respetuoso de la religión, sin

pensarlo más se “arrejuntó” con doña Cayetana, la de Paracho,

viuda también. Una mujer frondosa, de hermosas trenzas

largas y coqueto mirar. Envuelta siempre en un rebozo azul rayado

que tenía las puntas de seda.

Así las cosas, don Cristóbal ya más tranquilo comentaba

con su inseparable amigo:

–Ya ves Margarito, como para dios no hay imposibles.

Pues te manda el frío según las cobijas.

–Eso veo, ¡dios no desampara a nadie! Y por el momento

la madera de tu caja seguirá esperando en el tapanco.

–¿Cuál es la prisa? –bajando la voz– te confieso Margarito,

que desde que me arrejunté con Cayetana, siento como si

me hubieran “podado”, y tocante a la madera que está en el

tapanco, si tú te “pelas” primero, te la paso.

–¡Dios te socorra Cristóbal Jaimes!

Y reían divertidos entre tragos de aguardiente.

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