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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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adaptara a mis necesidades, lo cual resultaba muy desgastante,

ya que hubo días que la pasé sin tomar alimento. Desesperado

entraba en las tiendas de abarrotes con el coloquial pretexto

de hablar por teléfono, y cuidando que nadie me viera me

robaba alguna fruta o chocolates. También me ingeniaba para

tomar de los canastos algunos huevos que perforaba con

mi bolígrafo y discretamente los devoraba, exponiéndome,

naturalmente, a ser descubierto.

Con verdadera tristeza y frustración, recuerdo un día que

leí un anuncio en el periódico, en el cual solicitaban “muchachos

bien presentados” para office boy en una negociación del Paseo

de la Reforma. Con esmero limpié y planché mi traje. Lleno de

ilusión me dirigí al lugar; después de muchos trámites y de casi

aceptarme, me pidieron cartas de recomendación que yo no

llevaba y que eran indispensables. El empleado que me atendía

me sugirió que fuera a conseguirlas y que regresara.

No sabía a quién acudir, de pronto, recordé a don Isidro

Orozco y a Rosita Velasco, comerciantes establecidos y generosos

que me conocían y podían abonar mi conducta. Como

no disponía de dinero para el camión, de prisa me dirigí caminando

a las calles de Corregidora y Correo Mayor, tuve suerte

de encontrarlos. Con afecto me dieron las cartas deseándome

éxito, con lo cual aumentaron mis esperanzas; regresé corriendo,

haciendo planes de cómo distribuir mejor el sueldo que

cobraría. Sentía que volaba a través de toda avenida Juárez y

Paseo de la Reforma. Tenía la certeza que me darían el empleo,

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