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Los de adelante corren mucho - Javier Ruán

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Una tarde que resultó fundamental en mi niñez y que

guardo en el archivo más amado de mis recuerdos, mi papá me

comentó a manera de secreto:

–Fíjate reycito que debo entrevistarme con unos compañeros

de la escuela, ¿te gustaría acompañarme?

–¡Con mucho gusto papá!

–Bien, entonces ponte muy elegante.

Era su forma coloquial de indicar que había que vestirse

para algo relevante. Lo que significaba todo un privilegio, ya

que papá Ruán era un señor con muchas actividades, y nosotros,

tantos hermanos, que teníamos que ir por orden, para alguna

vez tener la oportunidad de salir con él. De modo que me

bañé y me puse mi suéter nuevo y una corbata de moño color

paja que tomé del ropero de don Prisciliano. Por un momento

admiré mi imagen reflejada en el espejo del mueble, y sonreí

complacido, imaginando que en algo me parecía al formal de

mi señor padre.

Nos encaminamos a la calle de Penitenciaría, pues vivíamos

en la colonia Morelos, mejor conocida como la colonia de

“la bolsa”. Abordamos el tranvía que corría del castillo negro

de Lecumberri al Zócalo. Se me agolpan legendarias imágenes,

con bellísimos recuerdos que se balancean, al ritmo de aquel

tren eléctrico color amarillo, con sus bancas de madera y su

movimiento zigzagueante. Me acuerdo también que cobraban

por el pasaje 15 centavos o dos planillas por 25. Me gustaba

sentarme del lado de la ventanilla para ir viendo como las casas

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