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MONASTERIO BENEDICTINO DE LAS CONDES

Una obra de arquitectura patrimonial

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Otra vertiente importante de inspiración fue preguntarse

por el espacio que los monjes en los orígenes escogieron

en su camino de búsqueda de Dios. Este espacio fue el

desierto como el lugar más apto para el encuentro consigo

mismo y con Dios. El monje auténtico tiene verdadera

nostalgia del desierto. San Benito posteriormente, con su

carisma creador y realista, emplazó el monasterio no en el

desierto, pero sí en lugares apartados, lejos del mundanal

ruido, como forma de lograr una purificación equivalente.

Hemos querido que ese espíritu se reflejara en nuestra iglesia

de algún modo, por su simplicidad, austeridad y silencio que

evocara una trascendencia en las personas que la visitaran.

Todo esto explica el porqué de los muros blancos, toscos,

rugosos, con ausencia de decoraciones.

Y así, buscando una expresión sagrada, optamos por un

espacio cerrado al exterior, por tentador que fueran los

paisajes que nos rodean. Un espacio interior que a su vez no

fuera claustrofóbico. Para lograrlo recurrimos a ventanas

que no se ven pero que permiten la entrada de la luz en

forma indirecta, que cae desde arriba como cascada por los

muros y que varía durante el día, dándole especial sentido

a los siete momentos en que celebramos la liturgia de las

horas.

La luz, por su ser inmaterial, es por excelencia la imagen de

las realidades espirituales. Por algo Cristo dijo “Yo soy la luz

del mundo … “ Y como también dijo ser el “nuevo templo”,

nosotros somos igual templos vivos, porque Él vive en cada

uno de nosotros. La iglesia como construcción, por tanto,

es espacio sagrado porque acoge este misterio divino. El

edificio es “una imagen de asamblea reunida”, según dice

el Misal Romano en su introducción general. Mientras más

anónimo y mejor contribuya a la celebración del encuentro

del Señor con los cristianos en la liturgia, y en la eucaristía

especialmente, el espacio será más logrado. Esto fue lo que

pretendimos: crear un espacio interior con atmósfera de

oración, luminoso, austero, que disponga al encuentro con el

Dios vivo, consigo mismo y con el hermano, una tienda para

el Pueblo de Dios en camino, experimentando la alegría de

la comunión.

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