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MONASTERIO BENEDICTINO DE LAS CONDES

Una obra de arquitectura patrimonial

Una obra de arquitectura patrimonial

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LA VIRGEN DE LA IGLESIA

Un lugar privilegiado estaba destinado a la escultura de

la Virgen, un nicho que interiormente está en el eje norte

opuesto al coro de los monjes que pueden contemplarla sin

obstáculo. Nicho que exteriormente llama la atención, con su

ventana vertical, e interiormente porque es el punto focal de

los fieles que suben por la rampa de acceso.

Todo esto exigía una imagen que tocara el corazón de quienes

la vieran. Buscando el escultor adecuado, el Hermano Martín

pensó en Marta Colvin, gran y reconocida escultora ya en esa

época. Providencialmente venía a Chile por unos días, desde

Francia donde vivía.

Acogió bondadosamente en su taller al monje benedictino,

el que le propuso hacerse cargo de la escultura. Pero ella le

advirtió que solo podría hacer una maqueta debido al poco

tiempo del que disponía. Pasado unos días lo llamó para

entregarle la maqueta, una figura de unos 30 cm en yeso.

Una imagen bella y sugerente en que la Virgen sostiene a un

niño Jesús con los brazos abiertos en cruz. Ahora se trataba

de encontrar a la persona que pudiera realizarla y a mayor

tamaño, es decir de unos 2 metros de alto.

Era 1969 cuando venía frecuentemente al monasterio, como

huésped, Francisco Gazitúa, un joven estudiante de escultura

en el Bellas Artes. El hermano Martín le propuso entonces la

tarea y le sugirió hacerla en madera, pero no a partir de un

tronco sino por la sumatoria de pequeñas piezas. Además,

facilitaba las cosas el hecho de que el mismo Hermano había

formado un taller de carpintería en que había muchos trozos

sobrantes. “Pancho Gazitúa“ se puso a la obra y al poco

tiempo se pudo colgarla en el lugar destinada para ella.

El resultado es una escultura muy en consonancia con

la iglesia. Sin dejar de ser suficientemente figurativa

para despertar sentimientos de piedad, es también

suficientemente abstracta conforme con la arquitectura que

la acoge.

Francisco Gazitúa, galardonado recientemente con el Premio

Nacional de Artes Plásticas 2021, ha querido relatar él mismo

su vivencia de entonces en el monasterio:

Desde mi experiencia personal, porque estuve ahí y de alguna

manera todavía estoy, lo que hace único, singular y diferente

este templo, es lo que quisiera contar a continuación.

Trabajé ahí durante cuatro meses desarrollando mi primera

escultura en el espacio público: la Virgen del templo. Tenía 24

años en 1969, fue encargo para mi maestra Marta Colvin de

quien yo era profesor ayudante en su cátedra de escultura

de la Universidad de Chile. Marta se fue a trabajar a su taller

de París y dejó el encargo de realizar una virgen de piedra a

tamaño natural, desde una pequeña maqueta de yeso. Los

monjes-arquitectos, recomendaron el cambio a un material

más liviano, tuve que cambiar de piedra a madera por la

resistencia de la loza.

Trabajé en la carpintería de la abadía, con “lo que había”,

la madera de álamo. De los moldajes para los muros de

concreto del templo, construí ́la imagen con pequeños

y grandes trozos de madera, haciendo eco de las líneas

marcadas en el hormigón del muro por esas mismas tablas.

Mientras trabajaba comencé a tomarle el peso al encargo,

presentamos en el lugar muchas veces la Virgen, el

esqueleto de madera con sus ejes al principio, agrandamos

o alivianamos la figura, la fuimos adecuando a la luz, a

ejemplo de Gabriel y Martín quienes me repitieron que ellos

hicieron lo mismo con el templo, haciendo y rehaciendo

mil veces la proposición original, de acuerdo a las luces de

diferentes horas del día, y las estaciones del año, siendo

modificada en cada etapa.

El color del álamo se confundía con el blanco del templo, lo

barnizamos con tintura de nogal. En el boceto de Marta, la

virgen y el niño no tenían rostro, probé varias opciones de

cabezas y miradas hasta llegar a la de hoy.

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