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MONASTERIO BENEDICTINO DE LAS CONDES

Una obra de arquitectura patrimonial

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9 MI EXPERIENCIA EN EL MONASTERIO

Patricio Gross Fuentes

Con toda honestidad y respeto por todos los que han

trabajado en la construcción del Monasterio, actual Abadía,

creo que es preciso señalar que probablemente este libro no

se habría realizado sin el hecho de que conocí y participé muy

activamente en todo el desarrollo del proyecto de la iglesia y

proyecté y participé en la construcción de la Hospedería de

Hombres, viviendo en el convento por casi cuatro años.

Mi vinculación con el Monasterio Benedictino data

de mi época de estudiante de arquitectura cuando

aproximadamente en 1958 conocí a Fernando Guarda, diez

años mayor y quién había estudiado, al igual que yo entonces,

en la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad

Católica. Él, como varios estudiantes y ex estudiantes de

esta escuela, arrendaba un pequeño taller a la iglesia de la

VeraCruz en el Barrio Lastarria, a pasos de nuestra escuela

en calle Villavicencio, la que ocupaba dos casas contiguas

para los cursos de tercero, cuarto y quinto año de la carrera,

mientras que los dos primeros se impartían en el cuarto

piso del edificio central en la Alameda. Ello cambió en 1959

cuando a comienzos del año toda la Escuela de Arquitectura,

junto con la Escuela de Arte, se trasladaron a Lo Contador,

antigua casa de hacienda de los siglos 18 y principios del

19, en el actual barrio de Pedro de Valdivia Norte. Ello por

iniciativa del decano Sergio Larraín García–Moreno, que

convenció a la universidad de esta compra, adquiriendo él

una casa contigua de inquilino como su residencia.

La cercanía con Guarda, próximo a entrar a la orden

Benedictina, se dio, entre otras razones, por una común fe

religiosa, por el interés en la historia y por supuesto, a través

de nuestra vocación por la arquitectura. Lo apoyé en aquel

tiempo con algunos dibujos de su proyecto de título: “Mercado

de Valdivia”, antes de él irse al monasterio. Años después, en

1964, el entonces Hermano Gabriel, me regaló dos preciosas

perspectivas para la entrega de mi proyecto de titulación.

Cuando el Prior padre Adalberto Metzinger les encomienda

a los hermanos Martín Correa y Gabriel Guarda el proyecto

de la iglesia, este último me invita a ayudarlos con su

desarrollo. Pero con una condición: irse a vivir al monasterio

para estar en contacto con el hermano Martín, ya que él

partiría por un largo tiempo a estudiar filosofía al monasterio

de Los Toldos, en Argentina. Acepté entusiasmado ante

la perspectiva de vivir esta experiencia. Yo, a la época, era

solo un recién egresado de arquitectura. Como base para mi

trabajo, recibí de parte de los monjes un plano a pequeña

escala y una maqueta de trabajo, elementos que sí definían

claramente la idea de los dos cubos intercalados, la rampa

de acceso y el volumen proyectándose hacia el vacío.

A partir de allí, con sistemáticas reuniones en las tardes

con Martín, a continuación de las oraciones de sextas, se

fue desarrollando el proyecto definitivo. Ocupaba

yo dos celdas del edificio de Bellalta, arquitecto que

conocí muy bien algunos años después y quien llegó a

ser mi jefe en la Corporación de Mejoramiento Urbano y

compadre: una para dormir y otra para la mesa de dibujo.

Allí fueron desarrollados los planos generales, de detalles,

perspectivas, maquetas y especificaciones técnicas.

También salidas a reuniones con calculistas y otros

especialistas, como también a comprar materiales, lo que

me obligaba permanentemente bajar el cerro para esperar

la “micro” y regresar al monasterio, a veces al anochecer.

Todo ello, hasta que un día, preocupado por mi peregrinar

dado que el cerro Los Piques era entonces un lugar alejado

de la ciudad, el econo del Convento, padre Eduardo Lagos,

propuso comprarme una citroneta para desplazarme con

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