FRATRUM MINORUM - OFM
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torado “honoris causa” que la Universidad<br />
de las Américas acaba de concederme.<br />
Confundido, pues sé muy bien que esta<br />
distinción académica antes que a mí le correspondería<br />
a otros muchos de mis hermanos<br />
aquí presentes, y a otros muchos ausentes,<br />
por su labor en favor de la cultura en<br />
América y, más concretamente, en México.<br />
Lleno de alegría porque en este reconocimiento<br />
a mi persona, siento el reconocimiento<br />
a tantos hermanos franciscanos que, desde<br />
el lejano 1493, cuando formando parte del<br />
segundo viaje de Cristóbal Colón llegaron a<br />
la Isla Española los primeros seguidores de<br />
Francisco, hasta el día de hoy, se distinguieron<br />
y distinguen por su amor a América y por<br />
su extraordinaria y ejemplar aportación a la<br />
cultura en el llamado Nuevo Mundo.<br />
Entre los muchísimos hermanos que podría<br />
y debería citar, permítaseme que recuerde<br />
dos nombres. Con ellos comparto,<br />
además de mi condición de franciscano, el<br />
don más hermoso que después de la vida, de<br />
la fe y de mi vocación como franciscano, el<br />
Señor me ha podido conceder, la honra de<br />
haber nacido en una tierra hermosa y generosa:<br />
Galicia, en el noroeste de España. El<br />
primero es el beato Sebastián de Aparicio y<br />
el segundo es el P. Lino Gómez Canedo.<br />
El Beato Sebastián de Aparicio nació el<br />
20 de enero de 1502, en la orensana tierra<br />
de La Gudiña, a pocos kilómetros de Lodoselo,<br />
pueblo donde el Señor me trajo a este<br />
mundo. A los 31 años Sebastián embarca<br />
rumbo al Nuevo Mundo. Y ya en México,<br />
para evitar el trabajo agotador de los nativos,<br />
Sebastián ideó las carretas y puso manos<br />
a la obra de adaptar el camino de México<br />
a Veracruz para el tráfico de los carros.<br />
De este modo Sebastián es el primer transportista<br />
de México, como bien lo recordáis<br />
ufanos los mexicanos de hoy, al invocarlo<br />
como el patrono de los transportistas y conductores.<br />
Fr. Lino Gómez Canedo, <strong>OFM</strong>, perteneciente,<br />
como yo, a la Provincia de Santiago,<br />
falleció en la Ciudad de México el 24 de diciembre<br />
de 1990. Franciscano íntegro y<br />
ejemplar, un cultísimo hombre de letras,<br />
americanista insigne y misionólogo extraordinario.<br />
EX ACTIS MINISTRI GENERALIS<br />
25<br />
Ambos, Sebastián y Lino, amaron América<br />
y particularmente México. Ambos desearon<br />
quedarse para siempre entre las gentes<br />
a las que tanto amaron y de las que tanto<br />
afecto recibieron en vida y reciben<br />
todavía hoy, después de muertos. En ellos<br />
pienso en estos momentos y a ellos, en modo<br />
particular, dedico este homenaje.<br />
América es franciscana y si hoy estas tierras<br />
y sus gentes se abrazan con el cordón<br />
franciscano y los une el saludo fraterno de<br />
Paz y Bien, es gracias a la labor heroica de<br />
los hijos de San Francisco de ayer y de hoy.<br />
A ellos vaya nuestro reconocimiento y mi<br />
personal admiración y gratitud en nombre<br />
también de toda la Orden Franciscana a la<br />
que represento en calidad de Ministro general.<br />
Mi gratitud sincera y profunda a la Sra.<br />
Rectora y a las Autoridades Académicas de<br />
esta Universidad por su generosidad en<br />
concederme esta alto honor académico.<br />
Muchísimas gracias.<br />
1. Los franciscanos: “Hombres muy sabios<br />
y letrados” que aprenden para enseñar<br />
El Papa Alejandro VI, en la bula Inter<br />
caetera del 4 de mayo de 1493, pedía a los<br />
Reyes Católicos que fuesen enviados a las<br />
Indias “hombres buenos, temerosos de Dios,<br />
doctos, sabios y expertos...”. No hay por qué<br />
poner en duda la sinceridad de Isabel la Católica<br />
cuando años después (1504) consignaba<br />
en su testamento: “Nuestra principal intención<br />
fue... enviar a las dichas islas y tierra<br />
firme prelados y religiosos clérigos y otras<br />
personas doctas y temerosas de Dios, para<br />
instruir los vecinos y moradores de ellas”.<br />
Lo mismo se puede decir de los doce franciscanos<br />
que llegaron a México en compañía<br />
del obispo Zumárraga en 1534, a su regreso<br />
de España, a donde había marchado para defenderse<br />
de ciertas acusaciones.<br />
Así como la certeza de que su fe era la<br />
única fe verdadera no les impidió el diálogo<br />
respetuoso con los jefes indígenas, tal como<br />
atestigua Fr. Bernardino de Sahagún; así<br />
tampoco la preparación que traían estos hijos<br />
del Poverello y heraldos del Evangelio<br />
no les cerró a la vocación de aprender de los