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FRATRUM MINORUM - OFM

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Con Cristo, tentado en el desierto, hemos<br />

aprendido a abrazar la fragilidad de la<br />

condición humana desde la certeza de que<br />

somos, por gracia y para siempre, hijos muy<br />

queridos de Dios.<br />

Con Cristo, en el monte de la Transfiguración,<br />

hemos aprendido a ver la luz de<br />

Dios que, aunque velada, ilumina toda la vida<br />

de Jesús de Nazaret, desde el primer llanto<br />

al nacer hasta el último grito al morir, y<br />

que ilumina también, siempre velada, nuestra<br />

vida, nuestro camino, nuestro éxodo,<br />

nuestra muerte.<br />

Junto al pozo de Jacob nos hemos encontrado<br />

con el pozo de Dios, con Cristo,<br />

don de Dios a su pueblo, fuente en la cual<br />

apagar nuestra sed de eternidad. Allí hemos<br />

recibido de él, por la fe, el agua que salta<br />

hasta la vida eterna. Allí hemos aprendido a<br />

conocer al Mesías, a escuchar al profeta, a<br />

amar al Hijo de Dios. Allí hemos aprendido<br />

a creer en él.<br />

Encontrándonos con Cristo, con el Enviado<br />

del Padre, oímos su palabra, obedecimos<br />

su mandato, nos bautizamos en él, y<br />

nuestros ojos ciegos fueron curados para<br />

que pudiésemos ver en él la luz de Dios para<br />

el mundo.<br />

Encontrándonos con Cristo, con el Hijo<br />

de Dios que, haciéndose hombre, hizo suya<br />

nuestra muerte, nosotros, por la fe, hemos<br />

encontrado en él la resurrección y la vida.<br />

Con toda la Iglesia hemos aclamado a<br />

nuestro rey humilde y victorioso, a Cristo<br />

muerto y resucitado, al Hijo del hombre que<br />

todo nos lo ha dado, mientras él mismo era<br />

despojado de todo.<br />

Ahora, después de haber cantado el Hosanna<br />

que profetizaba la resurrección, resuena<br />

en el corazón de los fieles el Aleluya<br />

que la celebra ya cumplida. El motivo de<br />

nuestro canto es hoy Cristo resucitado. La<br />

razón de nuestra fiesta es el encuentro en la<br />

fe con Aquel que vive para siempre.<br />

¡Cristo ha resucitado! Éste es el día en<br />

que actuó el Señor, pues en Cristo Jesús,<br />

que es nuestra Pascua, Dios nos ha hecho<br />

pasar de la esclavitud a la libertad, del pecado<br />

a la gracia, de la muerte a la vida.<br />

¡Cristo ha resucitado! Él es el fundamento<br />

de nuestra fe, la razón de nuestra es-<br />

EX ACTIS MINISTRI GENERALIS<br />

peranza, la fuente del amor que llena nuestros<br />

corazones.<br />

¡Cristo ha resucitado! Ésta es la noticia<br />

que pone en marcha a la Iglesia, con prisa,<br />

con temor, con gozo, para que todos lleguen<br />

a conocer las obras de Dios y entren, por la<br />

fe, en el mundo nuevo que la resurrección<br />

de Cristo ha inaugurado.<br />

La Iglesia, un misterio de comunión<br />

31<br />

Muerto ya el Señor, dice el Evangelio,<br />

uno de los soldados se acercó con la lanza<br />

y le traspasó el costado, y al punto salió<br />

agua y sangre: agua, como símbolo del<br />

bautismo; sangre, como figura de la eucaristía[…].<br />

Pues bien, con estos dos sacramentos<br />

se edifica la Iglesia: con el agua de<br />

la regeneración y con la renovación del Espíritu<br />

Santo, es decir, con el bautismo y la<br />

eucaristía, que han brotado ambos del costado.<br />

Del costado de Jesús se formó la Iglesia,<br />

como del costado de Adán fue formada<br />

Eva (S. Juan Crisóstomo, Oficio de Viernes<br />

Santo, Segunda lectura).<br />

Esa Iglesia que hemos visto nacer, no es<br />

una sociedad que forman quienes, movidos<br />

por el propio espíritu o guiados por el propio<br />

interés, comparten opiniones, convicciones,<br />

ideas, ilusiones, proyectos, tal vez creencias,<br />

tal vez certezas. Esa Iglesia es un misterio de<br />

comunión, una comunidad de hombres y<br />

mujeres que han nacido, no de linaje humano,<br />

ni por impulso de la carne, ni por deseo<br />

de varón, sino de Dios (Jn 1, 13); hombres y<br />

mujeres que el Padre ha querido reunir por<br />

la sangre de su Hijo y la fuerza del Espíritu<br />

(Prefacio VIII dominical del Tiempo Ordinario);<br />

hombres y mujeres que son miembros<br />

del cuerpo de Cristo, formados de sus<br />

huesos, de tal modo unidos a él, que son con<br />

él una sola carne (cf. Ef 5, 30-31).<br />

Si contemplamos a Cristo resucitado, en<br />

su cuerpo glorioso vemos brillar la luz que<br />

ilumina el rostro de la Iglesia. Si admiramos<br />

la belleza de la esposa de Cristo, ella nos<br />

habla del infinito amor de quien la ha redimido,<br />

purificado y santificado. Pues Cristo<br />

se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla,<br />

purificándola mediante el baño del<br />

agua y en virtud de la palabra, y para colo-

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