LA CANDIDATURA DE ROJAS - Archivo y Biblioteca Nacional
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<strong>LA</strong> <strong>CANDIDATURA</strong> <strong>DE</strong> <strong>ROJAS</strong><br />
poco después.<br />
Cerca de las dos de la tarde abandonamos el bar. Las elecciones<br />
estaban próximas a terminar. Los ánimos encontrábanse<br />
excitadísimos. Los truenos de arriba eran coreados por<br />
exclamaciones, gritos y silbidos de abajo.<br />
Como habíamos bebido demasiado, mi sangre circulaba con<br />
extraordinaria rapidez, ardía como si en ella se hubiera incendiado<br />
algo. Apoyábame en el brazo de don Elesván y sentía malestar,<br />
mucho malestar.<br />
El español decíame por lo bajo: -Amigo, Ud. no está<br />
acostumbrado a beber de ese modo, a alcoholizarse como estos<br />
caribes.<br />
Los jurados se preparaban para el escrutinio y el cielo tronaba<br />
heroicamente, cuando desembocaron por una esquina de la plaza los<br />
garabitistas, y como es de criollos el tener el vino camorrero y<br />
amable a la vez y pasar tan pronto de la humildad a la soberbia,<br />
quitáronse aquellos, al verme, las chisteras abolladas y los<br />
sombreros grasientos. El saludo fue contestado por los míos y a un<br />
¡viva el Dr. Rojas! que resonó en toda la plaza, contestóse con un<br />
¡viva el Dr. Garabito! más luego cruzáronse entre individuos de<br />
ambos grupos algunas injurias, la amabilidad falsa se tornó en cólera<br />
verdadera, alzáronse los bastones, se arrancaron los revólveres, un<br />
tiro fue a deshacer una de las colmenas que con tanto trabajo habían<br />
construido las abejas en la torre de la Iglesia y se armó una<br />
descomunal batalla de palos y golpes que habría terminado<br />
desastrosamente, si las baterías del cielo, las nubes, convertidas en<br />
soberbias bombas apagadoras de tal incendio, no hubieran<br />
comenzado a vaciarse en un diluvio sobre los combatientes, qué más<br />
aporreados por el agua que por los garrotazos, dejaron a un tiempo<br />
el campo de agramate y se fueron, incluso los jurados, a buscar<br />
refugio en sus casas, bien que salvando las sagradas ánforas.<br />
Yo, que sentía que el mundo giraba y giraba, hice lo mismo,<br />
sostenido por el brazo de don Eleuterio, que tampoco andaba muy<br />
firme, y poco después, librado de un tropezón y de dos o tres<br />
resbalones, yacía el Dr. Enrique Rojas durmiendo la mona o el sueño<br />
de los candidatos.<br />
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