LA CANDIDATURA DE ROJAS - Archivo y Biblioteca Nacional
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ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES <strong>DE</strong> BOLIVIA<br />
Los picantes resultaron espléndidos. Enormes patatas cubiertas<br />
de salsas naufragaban en un caldo oleoso y aromático. Huevos<br />
duros, limones cortados en rajillas, aceitunas y panza cocida hasta<br />
tornarse en suavísima, hacinábanse junto a ruedecillas de cebollas.<br />
Los platos hallábanse rebosantes y aquella gente de estómago sano,<br />
daba cuenta de su contenido con placer gastronómico. La chicha colmaba<br />
los vasos y apagaba deliciosamente la picazón de los ajíes.<br />
Todo el mundo bebía a mi salud.<br />
—Por Ud. Dr. Rojas.<br />
Milagros me decía sacudiendo el vaso:<br />
—Salud, pues.<br />
Y la maestra de escuela exclamaba<br />
—Con usteps.<br />
Y entre salud y salud, animábanse los ojos, encendíanse las<br />
mejillas, la lengua decía lo que sin la acción del licor amarillo no se<br />
hubiera atrevido a proferir, las manos se buscaban. Sobre el suelo<br />
vestido de hojas frescas y secas, los pies giraban, se sacudían sin<br />
cesar, vacilaban, trazaban en el aire un caracol o herían la tierra con<br />
taconeos y golpes de plantas.<br />
Agitábanse los pañuelos, los violines, entre pizzicatos y<br />
vibraciones sentimentales de las cuerdas primas, quejábanse como<br />
una mujer que gusta de amores dolorosos, y las guitarras llevaban el<br />
acompañamiento alegre, mientras la voz gruesa de Eusebio Toro<br />
cantaba:<br />
Cuando me beses, besa<br />
con toda tu alma,<br />
y luego, dame un beso<br />
que sea la YAPA.<br />
———0———<br />
Milagros me sonreía dulcemente y yo sentía por ella cierta<br />
sospechosa ternura, que ponía mil deseos en mis ojos, en mis labios,<br />
y en mis manos. La muchacha, que no se pasaba de bonita, llegaba<br />
a parecerme hermosa y allí, bajo los árboles frondosos, tentadora...<br />
Fue mi pareja obligada, bien que pesara a más de uno de los<br />
tenorios lugareños, que me miraban con malos ojos. Ella por su parte<br />
no se demostraba esquiva a mis galanteos. Pasábame el perfumado<br />
pañuelito por la cara, cuando girábamos en los bailecitos de tierra y<br />
estrechábame la mano en los cambios, en tanto que aquellos<br />
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