LA CANDIDATURA DE ROJAS - Archivo y Biblioteca Nacional
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<strong>LA</strong> <strong>CANDIDATURA</strong> <strong>DE</strong> <strong>ROJAS</strong><br />
en las proximidades del sitio en que me hallaba, obligáronme a echar<br />
pie a tierra, pues habría sido imprudencia el avanzar.<br />
Pocas veces en mi vida he pasado un susto igual. El espectáculo<br />
podía ser todo lo sublime que se quisiera; pero esas chispas<br />
eléctricas que descendían como luminosos árboles invertidos sobre<br />
los conos de piedra, sobre las agujas de oscuro color pizarra,<br />
semejantes a cruces derruidas de tumbas gigantescas, no eran para<br />
tranquilizar a nadie. Hubiera preferido en ese instante menos<br />
sublimidad y más certeza de mi propia conservación.<br />
Por fin calmó la tormenta, los truenos fueron perdiéndose como<br />
en ciertos efectismos escénicos de ópera, y los animales, que habían<br />
permanecido con la cola entre las piernas y la cabeza gacha,<br />
pusiéronse alegremente a comer pasto.<br />
Continuamos la marcha. Algo más tarde la niebla impedíanos ver<br />
los objetos. Por veces desgarrábase y detrás de sus gasas, a medio<br />
descorrer, veíanse partidas de indígenas viajeros y de asnos, que<br />
descansaban o que también subían.<br />
A las seis de la tarde llegamos a la posta: un caserón viejo con<br />
techo de paja. Destináronme una habitación cuyo amoblado consistía<br />
en un solo catre y una mesa patizamba.<br />
A las ocho sirviéronme una sopa a medio cocer, beefsteack y<br />
huevos fritos y un café tres veces detestable. Pasé mal la noche, en<br />
la que dormí con los miembros adoloridos por la macurka del viaje y<br />
el duro movimiento del animal, bajo unas gruesísimas frazadas de<br />
lana.<br />
———0———<br />
El segundo día comenzamos a descender. El paisaje resultó<br />
variado y agreste. Veíanse trozos de monte enredados como la<br />
cabeza desgreñada de una mendiga adolescente. Gocé de soberbios<br />
cuadros de naturaleza salvaje; viajé distraído y bien, sin sentir<br />
macurka ni fatiga, pero las emociones de naturaleza bella,<br />
hallábanse reservadas para el tercer día.<br />
Recuerdo el final de mi jornada, a las cuatro de la tarde.<br />
Frente a mí la montaña virgen parecía sonreír con una magnífica<br />
sonrisa de verdura. Las innumerables copas de los árboles se<br />
confundían, se entrelazaban; por veces causábanme el efecto de<br />
ramilletes de flores inmensas y de centenares de cabezas melenudas<br />
inclinadas en actitud contemplativa sobre las ondas transparentes y<br />
murmuradoras de un río.<br />
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