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LA CANDIDATURA DE ROJAS - Archivo y Biblioteca Nacional

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<strong>LA</strong> <strong>CANDIDATURA</strong> <strong>DE</strong> <strong>ROJAS</strong><br />

intencionada, él metía su brazo al fuego, de que la balita iba dirigida<br />

con pésimas intenciones, y al decir esto, puso bruscamente una<br />

hermosa corona de jazmines, sobre el negro ataúd. —Son, —dijo, —<br />

estos jazmines de mi jardín, cultivados por mí y los dejo sobre la caja<br />

que encierra los restos del pobre Carlos, como una prueba de lo<br />

mucho que lo quise.<br />

Continuó el cortejo ondulando por las callejas estrechas y<br />

tortuosas, castigado por el sol que se miraba en las chisteras de los<br />

hombres y ponía lustre en las sombrillas de las mujeres, hasta que,<br />

al fin, al extremo de una pequeña alameda, se distinguieron los<br />

negruzcos e irregulares muros del panteón, por sobre los cuales, se<br />

erguía con grandes pretensiones una torrecilla techada de rojizas,<br />

tejas y en la cual dos pequeñas campanas doblaban dolorosamente.<br />

Abrióse la maciza puerta de la última morada y en torno a la<br />

capilla distinguí pobrísimas tumbas fabricadas de ladrillo y estuco,<br />

que se prolongaban a manera de un banco, o simples cruces<br />

podridas y apolilladas, que abrían sus míseros brazos entre yerbas<br />

rastreras, ávidas de prender sus bejucos sobre la madera seca.<br />

A trechos veíanse espigas balanceándose en la extremidad de<br />

sus tallos. Una mula flaca que enseñaba cierta horrible matadura<br />

sobre el anguloso lomo, y que recreaba comiendo la cebada, crecida<br />

probablemente del estiércol de otras bestias, echó a correr,<br />

espantada, tan pronto como vio aquella procesión negra que<br />

avanzaba ceremoniosamente hacia la capilla.<br />

tin, tin tin tin tan...<br />

tan, tan tan tan tin.<br />

Y cierta impresión dolorosa me aquejó al contemplar tal cuadro y<br />

al ver un buitre que alzaba el vuelo de un ángulo del cementerio.<br />

No sé por qué pensé en la pobreza de tal enterratorio expuesto a<br />

las incursiones de los animales; comprendí la tristeza infinita de ese<br />

camposanto, en el que yacían los muertos de la villa después de<br />

haber llevado la trabajosísima y monótona vida de provincia, sin<br />

energías, sin amores, sin esperanzas; acostumbrados al tedio,<br />

habituados a la insignificancia y resignados a pesar de todo a su<br />

prosaica existencia, con cierto fatalismo y cierta estupidez.<br />

Siendo como era, tan fecunda la tierra en aquella región de<br />

naturaleza privilegiada, bien podía haberse cultivado un jardín en el<br />

cuadrilongo que guardaba los restos de los que habían habitado la<br />

ciudad. Bien pudieron los magnolios alzar sus robustos árboles en<br />

simétricas hileras, formando avenidas llenas de sombra y de frescura<br />

y los jazmines pálidos y tristes abrir sus corolas junto a las humildes<br />

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