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LA CANDIDATURA DE ROJAS - Archivo y Biblioteca Nacional

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ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES <strong>DE</strong> BOLIVIA<br />

hagan lo mismo.<br />

—Bueno, pero no seas celoso...<br />

De pronto, oyóse un disparo y se desató una bulla infernal, y<br />

Milagros, deshaciéndose de mis brazos, exclamó convulsa: mi<br />

hermana... mira...<br />

Una bala acababa de herir mortalmente a Carlos Artero, el cual<br />

yacía moribundo en brazos de su mujer que chillaba como una loca.<br />

La sangre de un rojo vivísimo manchaba la blanca camisola del<br />

buen mozo, que casi perdía el conocimiento de dolor. El médico,<br />

arrodillado al lado del herido, procuraba restañar la sangre con<br />

manos temblorosas.<br />

Carmen Meruvia preguntaba a todo el mundo: pero, ¿cómo ha<br />

sido eso? y la maestra de escuela sollozaba estrepitosamente.<br />

La mujer de Artero irguióse un momento y exclamó: ¿pero qué<br />

hacen que no toman a esa grandísima...? Y aquí profirió la palabra<br />

más fea del diccionario español.<br />

Perpetua, medio ebria, había arrojado el arma lejos de sí y<br />

rodeada por sus hermanas lloraba y se retorcía, en tanto que<br />

Milagros exclamaba —pero ¡qué has hecho, por Dios!<br />

Entre tanto, Artero se moría, en un charco de sangre.<br />

La desgracia parecía casual. El Dr. Camargo había comprado<br />

durante su último viaje a La Paz un revólver Colt que enseñaba a los<br />

circunstantes y en cuyo mecanismo no se hallaba ejercitado. De<br />

manos del juez pasó a las de don Eleuterio, luego a las de un joven,<br />

y, finalmente, a las de Perpetua que examinaba el arma con<br />

extraordinaria curiosidad. De improviso, oyóse el disparo, y una de<br />

las balas que contenía la caserina fue a herir a Artero el cual se desplomó<br />

llevándose las manos al pecho, en tanto que la homicida daba<br />

un grito.<br />

Un momento después, los grandes ojos del criollo comenzaron a<br />

apagarse bajo aquel cielo azul claro que palidecía con desmayos de<br />

color violeta. Su rostro tornóse lívido, un estremecimiento prolongado<br />

agitó su cuerpo, breve estertor conmovió su pecho y su garganta, y<br />

sus grandes ojos quedaron inmóviles y fijos allá arriba, como si<br />

hubieran de reflejar eternamente la cerúlea agonía del infinito.<br />

La muerte de Artero conmovió profundamente a la reducida<br />

sociedad de la villa. Para unos sólo un impulso criminal podía haber<br />

determinado a Perpetua Moreira a oprimir el resorte que debía dar<br />

salida al proyectil. Para otros, eran el acaso, la casualidad, el destino;<br />

todas esas entidades abstractas creadas por la fantasía humana, a<br />

las cuales se atribuye una ingerencia más o menos directa en la vida<br />

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