Estudios Revista Ecléctica. Número 113 - Christie Books
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—Sobrehumano, señora...<br />
—¿Le parece superrmmana la prostitución?...<br />
—Creo, señora, ,que será mejor demos por termiaado<br />
un diálogo que a nada práctico conduce, dado lo<br />
opuesto de nuestras tendencias.<br />
Pero ella insistió :<br />
—Desde hace unos instantes «sted me lama señora<br />
y yo a usted señor. A pesar del lugar en que<br />
nos hallamos y de las actitudes que éste impone, hemos<br />
dejado de ser una penitente y un confesor para<br />
pasar a la realidad y trocarnos en un hombre y una<br />
mujer. Como hombre, pues, interrogue usted a su conciencia,<br />
no a sus prejuicios de católico y de sacerdote<br />
y vea que su consejo no era adecuado.<br />
—Señora, no puedo aceptar tales distinciones. Co-<br />
© faximil edicions digitals 2006<br />
metería un pecado mortal si pescara y hablara olvidando<br />
que soy un sacerdote.<br />
—¿Y no es pecado empujarme a la prostitución? Y<br />
si, al realizar los consejos de usted, ocasionara la<br />
muerte de Luciano, £»° sería peor todavía ? ¡ Ah !,<br />
tiene razón mi marido, no poseen ustedes corazón ni<br />
sentidos, nada tienen de humano. Para llegar a ángel,<br />
de acuerdo con la frase de Pascal, os animalizáis.<br />
A fin de no dejar de ser sacerdote en todos sus<br />
pensamientos y palabras, se convertiría usted, fríamente,<br />
en un asesino y en un proveedor de burdeles.<br />
Y, sin aguardar respuesta, levantóse asqueada y abasdonó<br />
el antro del catolicismo, en donde se aconsejaba<br />
la perfidia y la traición en beneficio de una organutación<br />
sacerdotal, asfixiaste y deformadora.<br />
Matrimonio y adulterio<br />
No de ahora, sino de algún tiempo a esta parte, varios<br />
autores de reconocido mérito han afirmado que la<br />
institución matrimonial, por sus fundamentos artificiosos,<br />
por las restricciones que lleva aparejadas y por<br />
ese sentido de «servicio obligatorio» que se le ha dado,<br />
estaba en franca decadencia.<br />
Es innegable, en efecto, que el matrimonio, cuya<br />
función teórica consistiría en la comunión de dos afinidades<br />
unidas por el amor, y cuyos mutuos goces no<br />
excluyeran e! placer de la variedad, hase convertido,<br />
por obra y gracia de las religiones, de los códigos y<br />
de las conveniencias, en un instrumento de dominio para<br />
el hombre y en un yugo insoportable para la mujer.<br />
El matrimonio, tal como se entiende en la actualidad,<br />
instituido por las escuelas —religiosas o laicas—<br />
que ejercieran, o aspiraran a ejercerlo, el dominio, y<br />
sostenido con un andamiaje de fórmulas inconsistentes,<br />
todas ellas contrarias al amor, ha llegado a un estado<br />
tal de descomposición íntima, que nos es forzoso, imprescindible,<br />
declararlo abiertamente en quiebra.<br />
Para sostener a toda costa esta institución social, que<br />
va muriendo paulatinamente, los entes retardatarios<br />
—fósiles morales— han recurrido a la ley del divorcio,<br />
que no pasa de ser un paliativo, relativamente eficaz<br />
a veces, que prolonga la escasa vitalidad del vínculo<br />
matrimonial. Han echado mano, también, a la respiración<br />
artificial de «las buenas costumbres», que, en definitiva,<br />
no lo son tanto como se pretende, puesto que<br />
exigen de la mujer —casada o soltera, pero con más<br />
Leonardo<br />
insistencia de aquélla— sacrificios sin cuento y multitud<br />
de renunciamientos desgarradores.<br />
La sociedad, amparándose en lo que se ha dado en<br />
llamar «buenas costumbres», tortura abominablemente a<br />
la mujer y la obliga a renunciar en absoluto al principal<br />
motivo de perfeccionamiento y de dicha que posee.<br />
Para mantener la estabilidad de los dogmas sociales,<br />
hase creído necesario el sacrificio de la personalidad<br />
femenina y se ha llegado a negarle los más elementales<br />
atributos de humanidad. De esta .manera, La virtud se<br />
ha convertido en un holocausto que nos habla, quedamente,<br />
áel martirio constante y pertinaz de la mitad<br />
del género humano, sometida, arbitrariamente, a la esclavitud<br />
matrimonial...<br />
Si nos* fuese dado penetrar en lo más recóndito del<br />
sentimiento de las mujeres que sufren el tormento de<br />
no querer a sus maridos, nos daríamos perfecta cuenta<br />
de que son seres cuyo corazón, poco a poco, va agotándose<br />
en la inútil, pero constante, lucha entre su instinto<br />
—que las impele hacia otros amores— y el falso<br />
deber, mero convencionalismo, que las retiene, a pesar<br />
suyo, en el tálamo del dolor.<br />
Así, en la plenitud de la vida, la mayoría de ellas<br />
se sienten incapaces de los gozosos estremecimientos<br />
de la feminidad libre y expansiva y han de resignarse<br />
a ver transcurrir los días, los meses y los años en la<br />
inacabable monotonía de un hogar sin calor y sin vitalidad,<br />
sujetas a los caprichos de un hombre que, pata<br />
ellas, nada significa ni representa, puesto que entre am-