Estudios Revista Ecléctica. Número 113 - Christie Books
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ante la realidad amenazadora del aborto, decide cruzarse<br />
de brazos y condenar a quienes se ven abocados<br />
a él como apestados morales. Abandonado a la impericia<br />
y a la ignorancia, el aborto es de un peligro enorme y<br />
de una trascendencia lamentabilísima, como lo sería<br />
cualquier otra enfermedad.<br />
La conducta adoptada por la Ciencia y la profesión<br />
médica, no evita un aborto. Pero hace, en cambio, que<br />
La personalidad<br />
Todos los hombres tienen conciencia de que forman<br />
una personalidad, porque se sienten distintos de cuanto<br />
les rodea y porque relacionan a un centro único la<br />
totalidad de sus estados mentales. Considérase a sí<br />
mismo y a sus estados, no como dos porciones independientes<br />
de la existencia, sino como una sola realidad<br />
vista bajo dos aspectos: uno, que le presenta al<br />
sujeto como unidad idéntica, y otro, el de sus fenómenos<br />
múltiples y cambiantes. Hase sostenido que el<br />
niño no tenía conciencia de su personalidad. Luye<br />
asevera que «los niños hablan de ellos mismos en tercera<br />
persona, como si se tratase de otro individuo, y<br />
manifiestan sus emociones o sus deseos de esta manera :<br />
«Pablo quiere esto», o «Pablo tiene dolor de cabeza.»<br />
Solamente de modo paulatino, y a causa de los incesantes<br />
esfuerzos de una repetición constante, el niño<br />
logra comprender que el conjunto de su personalidad,<br />
constituida en estado de unidad, puede aparentar otra<br />
forma abstracta que aquella de un nombre propio, y<br />
que su módulo equivalente representase por las palabras<br />
«yo y mí». Es innegable que el niño habla de sí mismo<br />
en tercera persona, peto ello no quiete decir que c<br />
rezca de personalidad, porque tanto sus peticiones enérgicas<br />
como sus lloros evidencian un egoísmo profundo<br />
y el invencible apego que tiene a su «yo».<br />
Cualquier animal, por inferior que sea, manifiesta su<br />
voluntad de ser; y, seg^ín la acertada expresión de<br />
Lotze, el gusano que aplastamos opone su ovo» doloroso<br />
a todo el resto del universo. El egoísmo de los niños<br />
no es más que una forma del instinto de comentación:<br />
biológicamente, empero, es indispensable. Necesítase<br />
de una evolución lenta y gradual para que este sentimiento<br />
se precise y se trueque en U conciencia de !<br />
personalidad. El niño comidera, en un principio, a r<br />
© faximil edicions digitals 2006<br />
tenga una resonancia inhumana, patológica y aun fatal.<br />
He aquí lo contraproducente y absurdo de la condenación<br />
moral y del ocultismo científico en que se abandona<br />
al aborto.<br />
Las consecuencias las sufren principalmente los desheredados.<br />
A los ricos nunca les falta un especialista<br />
de renombre que, a cambio de unos miles de pesetas,<br />
renuncie a su rectitud de conducta y a sus escrúpulos.<br />
L. Barbedette<br />
cuerpo, como una realidad distinta de las demás que<br />
le rodean. Y mientras que las sensaciones referentes a<br />
los objetos externos varían constantemente, las orgánicas<br />
son duraderas y siempre actuales. Cuando trasládase<br />
a un niño de una habitación a otra se da cuenta<br />
de que los muebles son diferentes, pero continúa viendo<br />
sus propios miembros y siente sensaciones internas y<br />
musculares idénticas. Desempeñan un papel importantísimo<br />
en el descubrimiento de su cuerpo las sensaciones<br />
dolorosas y táctiles: constantemente surgen obstáculos<br />
que se oponen al libre desenvolvimiento de sus<br />
músculos y provócanle sufrimientos; si toca cualquier<br />
parte de su cuerpo experimenta una sensación doble:<br />
nota que toca y que le tocan; en cambio, cuando se<br />
trata de un objeto exterior, la sensación es simple. Si<br />
añadimos a lo dicho la particularidad de que los demás<br />
cuerpos tan sólo podemos conocerlos por medio del<br />
nuestro, comprenderemos el estado de ánimo infantil.<br />
Al comienzo, para el niño, los límites de su persona<br />
son los de su cuerpo. Nada tan interesante como estudiarlo<br />
recién nacido, cuando mueve sus manecitas, las<br />
mira fijamente o las introduce en su boca; y cuando<br />
procede de igual suerte con sus pies; a veces se muerde,<br />
estira violentamente su pierna o sus dedos. Así va conociendo,<br />
en una exploración meticulosa, su propio<br />
cuerpo. Luego se apercibe de que tu propia actividad<br />
modifica los objetos que le rodean. «Por ejemplo —escribe<br />
Prever—, a los cinco meses, el niño descubre<br />
que al rasgar