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Estudios Revista Ecléctica. Número 113 - Christie Books

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Sépase, en primer lugar, la falsedad de aqu3lla fuga<br />

simulada por uno de los burócratas de la Casa, con la<br />

que se nos invitó a sospechar que la ruina de la Banca<br />

Hardin, Jundell y Compañía había sido consecuencia<br />

de los doscientos mil francos que dicho burócrata se<br />

llevaba en los bolsillos. Nada menos exacto que este<br />

detalle. En los bolsillos de aquel honorable y cómplice<br />

funcionario fugitivo solamente iban 5.000 francos, entregados<br />

amablemente por el Gerente de] establecimiento<br />

en quiebra, y una carta con instrucciones que debía<br />

ser abierta al llegar a Singapur. La carta contenía nada<br />

más que esta lacónica orden: «Suicídese al llegar a<br />

puerto.» El funcionario cumplió con su deber, del cual<br />

tenía un elevado concepto. Tampoco es verdad aquella<br />

versión que atribuye la ruina a una repentina baja de<br />

valores en la Bolsa de Londres, y mucho menos es cierto,<br />

como se ha pretendido hacer creer al público con<br />

censurable mala fe, que la bancarrota ocurriera como<br />

consecuencia de haber nombrado el día anterior consejero<br />

de la Empresa al eminente economista señor<br />

Carner, nuestro ministro de Hacienda. Me hallo especialmente<br />

autorizado para desmentir esta versión, porque<br />

me consta que el señor Carner no tuvo tiempo de intervenir<br />

en la orientación financiera de la importante Casa.<br />

No creo que se pretenda atribuir al distinguido matemático<br />

el poder de la «jettatura» a distancia.<br />

No; todo cuanto ha circulado por ahí son especies<br />

sin ningún valor a la hora de proclamar ante el mundo<br />

la verdad. La verdad esta : La Banca Hardin, Jundell<br />

y Compañía consumó su ruma, involuntariamente, un<br />

sábado, a las cinco en punto de la tarde, con ocasión<br />

de la búsqueda meticulosa, sañuda y alucinante de siete<br />

céntimos y medio que faltaban en la contabilidad del<br />

libro Mayor de Caja. Me he expresado mal : La Banca<br />

Haidin, Jundell y Compañía sucumbió en el cumplidad<br />

financiera le estaba asignado : en la batalla ínmedda<br />

financiera le estaba asignado : en la batalla inmemorial<br />

de los números.<br />

Se hace necesario pasar ahora a conocer los detalles<br />

del hecho, porque sin esta valiosa aportación, es<br />

posible que hasta los iniciados dudasen de que un Establecimiento<br />

de Crédito haya podido perecer a manos<br />

de siete céntimos y medio, cifra irrisoria para los que<br />

no tenemos dos pesetas, pero importantísima en el equilibrio<br />

de una empresa financiera que maneja sumas de<br />

millones.<br />

La falta de los siete céntimos y medio fue advertida<br />

por el funcionario Conrado López al hacei la suma de<br />

las imposiciones efectuadas durante la tarde de aquel<br />

sábado memorable. Creo ocioso decir que López era<br />

un funcionario modelo, así como que su cerebro estaba<br />

tan habituado al cálculo que podía permitirse el descanso<br />

y la satisfacción de hacer sumar a su subconsciente.<br />

Freud mismo negaría este aserto, lo sé; pero<br />

los distinguidos burócratas que pasen sus cansados ojos<br />

por estas líneas abonarán con una sonrisa aprobatoria mi<br />

animación.<br />

La contrariedad del señor López fue doblemente grande<br />

por cuanto, además de significar un fracaso de sus<br />

aptitudes profesionales, le hacía perder aquella noche<br />

la partida de dominó, jugada invariablemente todos los<br />

sábados, desde hacía veinticinco años, con otros funcio-<br />

© faximil edicions digitals 2006<br />

nanos adscritos también a la misma inalterada costumbre.<br />

Previo los comentarios que se harían a costa de su<br />

ausencia y tuvo la seguridad mortificante de que aquélla<br />

sería atribuida a la verdadera causa que la motivaba.<br />

Esta convicción le hizo llegar completamente alterado<br />

al fina! de la decimosexta operación que verificaba sor<br />

bre la rebelde partida. En este momento entró en el departamento<br />

el jefe de Oficinas. Eran las cmco y veintet<br />

en punto.<br />

—cQue hace usted, señor López?<br />

El probo funcionario informó al pundonoroso jefe<br />

de la dificultad surgida a última hora. Calóse unos lentes<br />

de oro de catorce quilates el señor Heredia (obsérvese<br />

que los apellidos de los funcionarios son menos<br />

corrientes a medida que aumenta su categoría) y pasó la<br />

vista y el índice sobre la imponente columna de números.<br />

—Es curioso... —contestó volviendo a enfundar los<br />

lentes—. No son más que siete céntimos y medio. ¿Ha<br />

repasado usted la suma de los descuentos en «Pagos» ?<br />

—Seis veces.<br />

—Vuelva usted a restar la diferencia entre las imposiciones<br />

y el crédito flotante. Hay que cerrar la Caja<br />

con ese déficit resuelto. Avise usted que le traigan aquí<br />

la cena y cargúela en «Imprevistos».<br />

El señor López sumó diez veces más y luego se hizo<br />

llevar la cena del restaurante más próximo, cuyo precio<br />

cargó en «Salidas».<br />

A las diez de la noche reapareció el jefe de Oficinas,<br />

que volvió a sumar con su índice y sus lentes.<br />

—¡ Cómo es esto ! —inquirió—. Ahora encuentro<br />

una diferencia de quince pesetas más...<br />

—Es la cena, señor—contestó el funcionario.<br />

—i Ah ! Muy bien. Consígnela en su casilla, para<br />

que no haya entorpecimientos. Y siga usted. A las doce<br />

volveré por aquí con el director.<br />

Conrado López se abismó nuevamente en la función<br />

de reunir cantidades. A las doce de la noche entraron<br />

el jefe de oficinas y el director. La suprema autoridad<br />

del Banco vestía de luto, usaba lentes de oro legítimo<br />

y se llamaba don César Céspedes y Guatemala. Su<br />

aspecto aquella noche denotaba la honda preocupación<br />

en que le había sumido el accidente burocrático. De<br />

ordinario trataba con severidad, no exenta dé corrección,<br />

a los funcionarios a sus órdenes. Pero en presencia<br />

de lo que acontecía, tuvo frases alentadoras y amables<br />

para el infeliz forzado que sudaba copiosamente<br />

sobre las amplias páginas del libro Mayor.<br />

—¡ Jesús! ¡ Jesús ! —suspiraba de vez en cuando el<br />

señor Céspedes—. ¡ Las doce de la noche y la Caja<br />

sin cerrar !... i Qué desorden !<br />

En este momento entró un ordenanza, quien con<br />

cierta timidez, originada por la presencia del director,<br />

advirtió al señor López que se le estaban quemando<br />

las botas en la estufa.<br />

El funcionario dejó vivamente la pluma sobre la mesa<br />

y atendió un momento a sus extremidades inferiores.<br />

En efecto, las botas del señor López habían sido consumidas.<br />

—No se preocupe —le dijo el director—. Cargúela*<br />

en «Gastos».

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