Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>DIOS</strong> A LA VISTA<br />
Hombre soy: de breve duración y es enorme la noche.<br />
Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben. Sin entender comprendo:<br />
soy también escritura y en este mismo instante alguien me deletrea.<br />
OCTAVIO PAZ<br />
AGUSTÍN de Hipona<br />
Confía el pasado a la misericordia de Dios, el presente a su amor, el<br />
futuro a su providencia.<br />
Un día ya lejano, mi primer profesor de filosofía, un gallego sabio y guasón, se<br />
descolgó con una parrafada en el más puro dialecto de la tribu. Sólo para<br />
presentarnos al último filósofo romano, un tío bastante heavy, líder nato de sucesivas<br />
pandas de maquis y gichos: lo mejor de cada familia, la quintaesencia de la macarrez<br />
estudiantil de la época. Un tipo afro genuino, para más señas. Con mogollón de<br />
amigas y viruta. Siempre flipando, juerga va, juerga viene. Play-boy total. Nadie más<br />
legal con sus amigos. Y muy listo: leía a todas horas, discutía como nadie y escribía<br />
con un estilo alucinante. En concreto, escribió un libro que es una pasada:<br />
Confesiones. O sea: todos sus marrones al desnudo. Vendido como rosquillas<br />
durante quince siglos, hasta hoy.<br />
Aquel alarde verbal nos cogió a contrapié. Recuerdo que nos miramos unos a<br />
otros, desconcertados. Sólo el delegado de la clase estuvo a la altura de las<br />
circunstancias:<br />
-¿Y cómo dice que se llama el punto ese?<br />
-Agustín -respondió el profesor-. Agustín de Hipona. Lo tenéis en la página tal.<br />
Fuimos entonces a la página citada, ¿y qué encontramos? Un obispo de tomo y<br />
lomo. Y el resto de la verdad. Que el susodicho afro, después de la vida descrita por<br />
el profe, pegó un giro de 180 grados y llegó a ser obispo de Hipona. Y que después<br />
de muerto se convirtió en san Agustín. Hoy, si al colectivo play-boy le diera por tener<br />
santo patrono -y es mucho suponer-, saldría elegido por abrumadora mayoría san<br />
Agustín. Sin duda alguna, pues su vida fue, hasta los treinta años, una mezcla<br />
explosiva de movida y cachondeo sexual a la medida del Imperio romano que le tocó<br />
vivir. Él mismo lo reconoce con total sinceridad y buena pluma:<br />
Cuando llegué a la adolescencia ardí en deseos de hartarme de las<br />
cosas más bajas, y llegué a envilecerme con los más diversos y turbios<br />
amores; me ensucié y me embrutecí por satisfacer mis deseos y agradar a<br />
los demás.<br />
No deseaba más que amar y que me quisieran. Pero no tenía medida<br />
ninguna, ni fijeza, como pide la verdadera amistad, sino que iba de acá para<br />
allá cegado por mi deseo sexual y la fuerza de mi pubertad. Ofuscado y en<br />
tinieblas, mi corazón no distinguía la serena amistad de lo que era exclusivamente<br />
apetito de la carne. Abrasado por esta obsesión, me sentía<br />
arrastrado en esta débil edad por el vértigo de mis deseos, y me sumergí<br />
hasta el fondo en toda clase de torpezas. Estaba sordo por el ruido de mis<br />
propias cadenas a cualquier voz que me llamara a la rectitud. Me sentía inquieto<br />
y nervioso, sólo ansiaba satisfacerme a mí mismo, hervía en el deseo<br />
de fornicar. Cada vez me alejaba más del verdadero camino, yendo detrás<br />
de esas satisfacciones estériles, ensoberbecido, agitado y sin voluntad para<br />
obrar bien.<br />
27