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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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modo se ha vaciado de su equilibrio natural y de sus seguridades terrestres que ya<br />

sólo puede detenerlo al borde de la nada el contrapeso de lo absoluto.<br />

Mi única ambición es invitar a los que me lean a hacer coincidir su mirada con esa<br />

gota de luz eterna que es el vestigio y el germen de Dios en el hombre. Porque la<br />

muerte -el único hecho indiscutible del futuro- nos espera según la altura de nuestro<br />

deseos, como una novia o como un verdugo, y de todos los actos de nuestra alma<br />

sólo subsistirá nuestra participación en aquello que, por no proceder del tiempo, no<br />

morirá con él. Cronos únicamente devora a sus hijos.<br />

Hace un instante me complacía en ver al hombre tan despojado de sí mismo que<br />

no le quedaba otro remedio que acudir a Dios. Pero hay otros momentos en que me<br />

pregunto si aún le queda sustancia humana suficiente para que pueda prender en<br />

ella el injerto divino. El violentar de modo habitual los ciclos de la vida, la<br />

desaparición progresiva de las diferencias y de las jerarquías, el individuo<br />

transformado en grano de arena y la sociedad en desierto; la sabiduría reemplazada<br />

por la erudición, el pensamiento por la ideología, la información por la propaganda, la<br />

gloria por la publicidad, las costumbres por las modas, los principios morales por<br />

fórmulas muertas, los padres por tutores; el olvido del pasado haciendo estéril el<br />

futuro; la desaparición del pudor y del sentido de lo sagrado; la máquina rebelándose<br />

contra su autor y recreándolo a su imagen; todos estos fenómenos de erosión<br />

espiritual, aliados al orgullo exacerbado de nuestras conquistas materiales ¿no<br />

corren el riesgo de conducirnos hasta ese grado límite de agotamiento vital y de<br />

autosuficiencia más allá del cual la piedad de Dios asiste, impotente, a la decadencia<br />

de todo lo humano?<br />

¿Cómo mostrar a los hombres esta dimensión divina que, al entregarles el infinito,<br />

les curaría de su aberración? Al hombre moderno, antes que hablarle de Dios hay<br />

que ayudarle a darse cuenta del vacío y falsedad que encierran todos los ídolos por<br />

los que inútilmente intenta sustituir a Dios. Hay que hacerle descubrir, como quiere<br />

santa Teresa, que su deseo no tiene remedio, que es insaciable y más real que todos<br />

los objetos en los que hasta ahora ha intentado en vano satisfacerse. Si lo<br />

comprende así, el mismo deseo le irá llevando hacia Dios. El diagnóstico indica el<br />

remedio: analizando las causas profundas de la sed es como más directamente se<br />

llega a la fuente.<br />

Hemos sido creados para lo divino, pero también para lo sensible. Soñamos al<br />

mismo tiempo en la plenitud espiritual y en el amor humano y por eso caemos tan<br />

fácilmente en su trampa. Cuando la belleza sensible se nos ofrece, ya no nos basta<br />

aceptarla como tal, es decir, como una cosa efímera y limitada, y le pedimos que<br />

sacie nuestra sed de misterio y de absoluto. Esperamos de ella un Dios a quien podamos<br />

estrechar entre nuestros brazos, la prueba del espíritu por los sentidos y de lo<br />

eterno por el tiempo... Hasta que llega la hora inevitable y nos damos cuenta de que<br />

lo que estrechamos en ella no es Dios, sino nuestro deseo desorientado pero<br />

incurable de Él. Dichosos entonces si descubrimos que ese ser impotente para saciar<br />

nuestra sed sufre también nuestra misma sed, y de este modo logramos asociar<br />

nuestras dos miserias en una única plegaria. Ésa es la única posibilidad de<br />

supervivencia del amor humano. No se trata de encontrar a Dios el uno en el otro,<br />

sino de buscarlo juntos. La pobreza reconocida y aceptada nos lleva hacia la<br />

verdadera riqueza, mientras que la emisión de falsa moneda sólo puede conducirnos<br />

a la ruina.<br />

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