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muerte es no conocer nada del mundo hebreo. Para san Agustín, ése sería «el mayor<br />
de los milagros». Los judíos acataban al emperador romano, pero estaban dispuestos<br />
a dejarse lapidar antes que reconocerle cualidades divinas. De hecho, san Esteban,<br />
el primer temerario que se atrevió a proclamar en público la divinidad de Jesucristo,<br />
fue arrastrado fuera de la ciudad y lapidado.<br />
Para admitir que la divinidad de Jesucristo es fruto de la credulidad de sus<br />
contemporáneos, habría que olvidar que los judíos prefirieron el martirio colectivo y la<br />
destrucción total del país antes que aceptar la sola pintura del emperador divinizado<br />
en Jerusalén. Como bien se ha indicado Mahoma y el islamismo son la rebelión de la<br />
misma sangre semita contra la incomprensible pretensión cristiana de igualar a un<br />
hombre con Dios.<br />
Jesucristo y el misterio del mal<br />
La eterna objeción del mal provoca un grave dilema: o Dios puede impedir el mal,<br />
y en tal caso no es bueno porque no lo impide, o Dios no puede impedir el mal, y entonces<br />
no es omnipotente. En ambos casos falta a Dios un atributo esencial: o la<br />
bondad o el poder. Y eso justifica la negación de su existencia. Messori es<br />
implacable en este punto. ¿Cómo respetar a un Ser Supremo que juzgó conveniente<br />
incluir en su divino sistema el cáncer y la locura? ¿Qué plan divino es el de Aquella<br />
Mente que decidió arrebatar a los ancianos el poder de controlar la orina y los excrementos,<br />
o que decidió que nacieran los deficientes mentales? En tal caso, la creación<br />
es más bien el pecado mortal de tal Creador, y su única posibilidad de escapar a esta<br />
objeción es no existir. Y si existiese -cantaban los comuneros de París- habría que<br />
fusilarlo.<br />
Sin embargo, Messori descubre que Dios no escamotea las dificultades. La Biblia,<br />
el libro donde Él nos habla, es un gran tratado sobre el sufrimiento. Encontramos en<br />
sus páginas enfermedades y guerras, muerte de los propios hijos, deportación y<br />
esclavitud, persecución, hostilidad, escarnio y humillación, soledad y abandono,<br />
infidelidad e ingratitud, así como remordimiento de conciencia.<br />
Y, en la Biblia, la última palabra sobre el sentido del dolor no es Job, sino<br />
Jesucristo. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el<br />
que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna.» Estas palabras de Cristo a<br />
Nicodemo indican que el hombre será salvado mediante el propio sufrimiento de<br />
Cristo. El sufrimiento, vinculado misteriosamente al pecado original y a los pecados<br />
personales de los hombres, es padecido por el mismo Dios. Cristo sufrió en sus<br />
carnes la fatiga, el hambre, la sed, la incomprensión, el odio y la tortura de la Pasión.<br />
De todas las respuestas al misterio del sufrimiento, ésta que san Pablo llamará «la<br />
doctrina de la Cruz» es la más radical. Porque nos dice que, si la Pasión de Cristo es<br />
el precio de nuestro rescate, el sufrimiento humano es la colaboración del hombre en<br />
su misma redención. Por eso la Iglesia considera el sufrimiento un bien ante el cual<br />
se inclina con veneración, con la profundidad de su fe en la Redención. Messori lo resume<br />
así:<br />
No hay otra respuesta al problema del mal que la cruz de Jesús, en la<br />
que el mismo Dios sufrió el último suplicio. Sólo esta respuesta elimina el<br />
escándalo de un Dios tirano que se divierte con los sufrimientos de sus<br />
criaturas, porque propone a la vista de todos un escándalo mayor aún.<br />
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