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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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El mismo Zósima, al relatar que en su juventud recorrió Rusia con otro monje,<br />

pidiendo limosna para su monasterio, recuerda cómo a sus ojos se manifestaba Dios<br />

en la naturaleza:<br />

Una noche cenamos con unos pescadores a la orilla de un gran río<br />

navegable. Se sentó junto a nosotros un joven campesino de buen aspecto,<br />

que representaba unos dieciocho años de edad. Tenía prisa por llegar a su<br />

destino para remolcar una barca mercante. Su mirada era dulce y limpia. Era<br />

una noche clara, tranquila y calurosa, una noche de julio. Del río subía un<br />

vaho que nos refrescaba. De vez en cuando saltaba algún pez. Los pájaros<br />

se habían callado, sólo se respiraba paz y todo invitaba a la oración. Aquel<br />

joven y yo éramos los únicos que no dormíamos, hablando de la belleza del<br />

mundo y su misterio. Cada hierba, cada escarabajo, una hormiga, una abeja<br />

dorada, todos interpretaban su papel de manera admirable, por instinto, y<br />

atestiguaban el misterio divino, pues lo cumplían continuamente.<br />

Zósima y el joven hablan de la huella de Dios en sus criaturas. La escena concluye<br />

así:<br />

« ¡Qué buenas y maravillosas son todas las obras de Dios! », exclamó<br />

el joven. Y se sumergió en un dulce ensueño. Vi que había comprendido. Se<br />

durmió a mi lado con un sueño ligero e inocente. ¡Que el Señor bendiga a la<br />

juventud! Antes de dormirme recé por él. ¡Señor, envía la paz y la luz a los<br />

tuyos!<br />

El superhombre contra Dios<br />

En el desarrollo del ateísmo moderno, el superhombre concebido por Nietzsche,<br />

responsable de la muerte de Dios y personificación de la autonomía moral absoluta,<br />

constituye una pieza fundamental, una referencia obligada. Cuando nace Nietzsche,<br />

el superhombre estaba en el ambiente. En 1865 había aparecido en la escena<br />

literaria rusa Rodian Raskolnikov, protagonista de Crimen y castigo, decidido a<br />

demostrar a hachazos su superhombría. Dostoievski nos lo presenta como un joven<br />

estudiante de Derecho obsesionado por demostrarse a sí mismo que pertenece a una<br />

clase de hombres superiores, dueños absolutos de su conducta, por encima de toda<br />

obligación moral. Raskolnikov elige una definitiva prueba de superioridad: cometer<br />

fríamente un asesinato y conceder a esa acción la misma relevancia que se otorga a<br />

un estornudo o a un paseo. Dicho y hecho: una vieja usurera y su hermana caen bajo<br />

el hacha del homicida. Él mismo dirá que «no era un ser humano lo que destruía,<br />

sino un principio». Y asegura no tener remordimiento alguno por tal acción:<br />

¿Mi crimen? ¿Qué crimen? ¿Es un crimen matar a un parasito vil y<br />

nocivo? No puedo concebir que sea más glorioso bombardear una ciudad<br />

sitiada que matar a hachazos. Ahora comprendo menos que nunca que<br />

pueda llamarse crimen mi acción. Tengo la conciencia tranquila.<br />

Lo cierto es que la vida de Raskolnikov se va tornando desequilibrada, sufre<br />

episodios de enajenación mental y acaba en la cárcel. Y, mientras cumple condena<br />

en Siberia, tendrá una pesadilla imborrable: sueña que el mundo es azotado por una<br />

peste rarísima. Unos microbios transmiten la extraña locura de hacer creer al<br />

contagiado que se halla en posesión absoluta de la verdad. Con ello surgen discusiones<br />

interminables, pues nadie considera que debe ceder y se hacen imposibles<br />

las relaciones familiares y sociales: el mundo se convierte en un insoportable<br />

manicomio. En dicho sueño, los hombres afectados aparecen como auténticos locos,<br />

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