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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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pues sus juicios son absolutamente subjetivos e inamovibles y no responden a la<br />

realidad de las cosas. Así descubre Raskolnikov que su obsesión por justificar el<br />

crimen es parecida a la conducta de los locos soñados. Y así nos dice Dostoievski,<br />

con una finura insuperable, que más allá de la moral y de la conciencia sólo se<br />

encuentra el abismo de la locura.<br />

Ésta es la pregunta decisiva que Dostoievski formula de forma implícita al lector de<br />

Crimen y castigo: ¿Qué hacemos con un superhombre mentalmente desequilibrado?<br />

¿Merece la pena pagar por el superhombre el precio de un psicópata? Pero la novela<br />

no termina así. Hay un remedio para la ceguera patológica del protagonista. Cuando<br />

aún le quedaban siete años de condena, se enamora de Sonia, una chica muy joven,<br />

con un pasado turbio y un corazón de oro. Antes de ir a la cárcel, Sonia le había<br />

echado en cara inútilmente su crimen:<br />

-Has derramado sangre.<br />

-¿No lo hace así todo el mundo? -respondió él con furia¿No se ha<br />

vertido siempre la sangre a torrentes desde que hay hombres sobre la<br />

tierra? Y esos hombres que han empapado la tierra con la sangre de sus<br />

semejantes han ocupado el Capitolio y han sido aclamados por la<br />

humanidad.<br />

Raskolnikov, preso en Siberia, puede ver a Sonia. El día que siente por primera<br />

vez su amor por ella empieza a pensar que ella tiene razón. No mediaron<br />

argumentos, no hubo más discusión, no hizo falta la lógica. Simplemente, notó que<br />

todo le parecía «inexistente, como si se hubiera desvanecido su mismo crimen y su<br />

condena en la cárcel. Sentía la vida real, y esta vida había expulsado los<br />

razonamientos». En estas palabras, Dostoievski desvela sutilmente una de las claves<br />

de la psicología humana: algo tan natural como el amor corrige a la razón y<br />

desbarata las razonadas sinrazones del superhombre. Rodian Raskolnikov sabía que<br />

a toda palabra se puede oponer otra, pero no encontró palabras que pudieran<br />

medirse con Sonia.<br />

La verdad de Sonia es su propia vida. Era casi una chiquilla y había tenido que<br />

venderse para sostener a su familia miserable, pero parece que su estatura moral se<br />

agiganta en medio de esas circunstancias. Su victoria no es intelectual, no se apoya<br />

en razonamientos, sino en la belleza de una conducta heroica y un corazón -a pesar<br />

de todo- limpio. «Era evidente que toda aquella vergüenza sólo le rozaba. Ni una sola<br />

gota de la verdadera corrupción había manchado su corazón, y allí estaba ante él,<br />

completamente pura.» Sonia es profundamente cristiana y, cuando Raskolnikov le<br />

pregunta, con ironía, antes de ir a Siberia, por qué reza y qué hace Dios por ella,<br />

Sonia le mira con dureza, le ordena callar y, bajando los ojos, le responde con<br />

palabras inmensas: « ¿Qué sería de mí sin Dios? Lo hace todo por mí. » Tenía Sonia<br />

un Nuevo Testamento y quiso Raskolnikov que le leyera el pasaje de Lázaro en el<br />

que Cristo demostró su poder sobre la muerte. El lector de Crimen y castigo asiste<br />

entonces a una escena inolvidable que Dostoievski remata con estas palabras:<br />

La lucecilla que desde hacía rato se apagaba en el candil alumbraba<br />

vagamente, en aquella mísera habitación, a un asesino y a una prostituta<br />

extrañamente reunidos para leer el libro eterno.<br />

Decía Platón que, si el semblante de la virtud pudiera verse,<br />

enamoraría a todos. Eso fue lo que vio Raskolnikov en Sonia, una grandeza<br />

de corazón que le permitía compartir los destinos de los demás y olvidarse<br />

por completo de sí misma.<br />

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