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pues sus juicios son absolutamente subjetivos e inamovibles y no responden a la<br />
realidad de las cosas. Así descubre Raskolnikov que su obsesión por justificar el<br />
crimen es parecida a la conducta de los locos soñados. Y así nos dice Dostoievski,<br />
con una finura insuperable, que más allá de la moral y de la conciencia sólo se<br />
encuentra el abismo de la locura.<br />
Ésta es la pregunta decisiva que Dostoievski formula de forma implícita al lector de<br />
Crimen y castigo: ¿Qué hacemos con un superhombre mentalmente desequilibrado?<br />
¿Merece la pena pagar por el superhombre el precio de un psicópata? Pero la novela<br />
no termina así. Hay un remedio para la ceguera patológica del protagonista. Cuando<br />
aún le quedaban siete años de condena, se enamora de Sonia, una chica muy joven,<br />
con un pasado turbio y un corazón de oro. Antes de ir a la cárcel, Sonia le había<br />
echado en cara inútilmente su crimen:<br />
-Has derramado sangre.<br />
-¿No lo hace así todo el mundo? -respondió él con furia¿No se ha<br />
vertido siempre la sangre a torrentes desde que hay hombres sobre la<br />
tierra? Y esos hombres que han empapado la tierra con la sangre de sus<br />
semejantes han ocupado el Capitolio y han sido aclamados por la<br />
humanidad.<br />
Raskolnikov, preso en Siberia, puede ver a Sonia. El día que siente por primera<br />
vez su amor por ella empieza a pensar que ella tiene razón. No mediaron<br />
argumentos, no hubo más discusión, no hizo falta la lógica. Simplemente, notó que<br />
todo le parecía «inexistente, como si se hubiera desvanecido su mismo crimen y su<br />
condena en la cárcel. Sentía la vida real, y esta vida había expulsado los<br />
razonamientos». En estas palabras, Dostoievski desvela sutilmente una de las claves<br />
de la psicología humana: algo tan natural como el amor corrige a la razón y<br />
desbarata las razonadas sinrazones del superhombre. Rodian Raskolnikov sabía que<br />
a toda palabra se puede oponer otra, pero no encontró palabras que pudieran<br />
medirse con Sonia.<br />
La verdad de Sonia es su propia vida. Era casi una chiquilla y había tenido que<br />
venderse para sostener a su familia miserable, pero parece que su estatura moral se<br />
agiganta en medio de esas circunstancias. Su victoria no es intelectual, no se apoya<br />
en razonamientos, sino en la belleza de una conducta heroica y un corazón -a pesar<br />
de todo- limpio. «Era evidente que toda aquella vergüenza sólo le rozaba. Ni una sola<br />
gota de la verdadera corrupción había manchado su corazón, y allí estaba ante él,<br />
completamente pura.» Sonia es profundamente cristiana y, cuando Raskolnikov le<br />
pregunta, con ironía, antes de ir a Siberia, por qué reza y qué hace Dios por ella,<br />
Sonia le mira con dureza, le ordena callar y, bajando los ojos, le responde con<br />
palabras inmensas: « ¿Qué sería de mí sin Dios? Lo hace todo por mí. » Tenía Sonia<br />
un Nuevo Testamento y quiso Raskolnikov que le leyera el pasaje de Lázaro en el<br />
que Cristo demostró su poder sobre la muerte. El lector de Crimen y castigo asiste<br />
entonces a una escena inolvidable que Dostoievski remata con estas palabras:<br />
La lucecilla que desde hacía rato se apagaba en el candil alumbraba<br />
vagamente, en aquella mísera habitación, a un asesino y a una prostituta<br />
extrañamente reunidos para leer el libro eterno.<br />
Decía Platón que, si el semblante de la virtud pudiera verse,<br />
enamoraría a todos. Eso fue lo que vio Raskolnikov en Sonia, una grandeza<br />
de corazón que le permitía compartir los destinos de los demás y olvidarse<br />
por completo de sí misma.<br />
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