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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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Desde ayer hace un tiempo estupendo y yo me siento como nueva. Mis<br />

escritos, que son lo más preciado que poseo, van viento en popa. Casi todas<br />

las mañanas subo al desván para purificar el aire viciado de la habitación<br />

que llevo en mis pulmones. Cuando subí esta mañana, estaba Peter allí,<br />

ordenando cosas. Acabó rápido y vino adonde yo estaba, sentada en el<br />

suelo, en mi rincón favorito. Los dos miramos el cielo azul, el castaño sin<br />

hojas con sus ramas llenas de gotitas resplandecientes, las gaviotas y<br />

demás pájaros que al volar por encima de nuestras cabezas parecían de<br />

plata, y todo esto nos conmovió y nos sobrecogió tanto que no podíamos<br />

hablar. Peter estaba de pie, con la cabeza apoyada contra una gruesa viga,<br />

y yo seguía sentada. Respiramos el aire, miramos hacia fuera y sentimos<br />

que era algo que no había que interrumpir con palabras.<br />

Después Peter subió a la buhardilla y Ana lo siguió. Él se puso a cortar leña y ella<br />

lo observó durante un cuarto de hora, sin mediar palabra, viendo cómo se esforzaba<br />

en demostrar su fuerza. Luego Ana se asomó a la ventana desde donde podía divisar<br />

gran parte de la ciudad y, por encima de los tejados, el horizonte, que ese día era de<br />

un azul celeste muy claro. El Diario refleja en esa página el entusiasmo de su autora,<br />

porque el amor, la belleza de la naturaleza y su Autor flotaban en el ambiente:<br />

Mientras exista este sol y este cielo tan despejado, y yo pueda verlo -<br />

pensé-, no podré estar triste. Para todo el que tiene miedo, o se siente solo<br />

o desgraciado, el mejor remedio es salir al aire libre y encontrar un lugar<br />

donde poder estar totalmente solo, a solas con el cielo, con la Naturaleza y<br />

con Dios. Porque sólo entonces se siente que todo es como debe ser, y que<br />

Dios quiere ver a los hombres dichosos en la humilde pero hermosa<br />

Naturaleza.<br />

En la experiencia del amor y de la hermosura del mundo intuye Ana la armonía<br />

que Dios desea entre el hombre y la naturaleza. Paul Claudel ha escrito que el amor<br />

nos hace traspasar las puertas del Edén, donde Dios se paseaba al atardecer,<br />

plenamente acogido por su Creación, donde Adán y su mujer podían sentir a su<br />

alrededor la belleza de las criaturas. Ana concluye sus reflexiones anteriores dirigiéndose<br />

a Peter:<br />

Yo, como tú, ansío tener un poco de aire y de libertad, pero creo que<br />

nos han dado compensación de sobra por estas carencias. Quiero decir,<br />

compensación por dentro. Esta mañana, cuando estaba asomada a la<br />

ventana mirando hacia fuera, mirando en realidad fija y profundamente a<br />

Dios y a la Naturaleza, me sentí dichosa, únicamente dichosa [...). Inténtalo<br />

tú también, alguna vez que te sientas solo y desdichado o triste y estés en la<br />

buhardilla cuando haga un tiempo hermoso. No mires las casas y los<br />

tejados, sino al cielo. Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que<br />

eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.<br />

Ana Frank ve a Dios en la naturaleza, y en sus palabras exultantes<br />

resuenan aquellas otras inolvidables de las Confesiones, cuando el joven<br />

Agustín pregunta por el Creador a sus criaturas. Y nos recuerdan también<br />

los versos de san Juan de la Cruz en el Cántico espiritual:<br />

Mi Amado, las montañas,<br />

los valles solitarios nemorosos. Las ínsulas extrañas,<br />

los ríos sonorosos,<br />

el silbo de los aires amorosos..<br />

El poeta, al comentar sus propios versos, dirá que las montañas, con su<br />

majestuosa grandeza, le recuerdan a Dios. Y también los valles y los ríos, con su<br />

quietud y su verdor, con el rumor del agua, las arboledas y el canto de los pájaros,<br />

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