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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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contrario: que la mayoría de los campesinos encerrados eran mucho mejores de lo<br />

que él había creído en un principio:<br />

Era un gozo descubrir el oro debajo de la dura y áspera superficie. Y<br />

no en uno, ni en dos, sino en varios. Es imposible no respetar a algunos de<br />

ellos, y algunos eran positivamente espléndidos. Enseñé a un joven<br />

circasiano, condenado por asaltar en los caminos, a leer y escribir en ruso.<br />

¡Me colmó de gratitud! Otro reo lloró al despedirse de mí. Solía darle<br />

dinero..., poca cosa. En cambio, su agradecimiento fue infinito.<br />

A Dostoievski le impresionó el cambio que provocaban en los reclusos las<br />

solemnidades cristianas. Respecto al día de Navidad, comenta que «el respeto por el<br />

augusto día es costumbre observada estrictamente por los presos. Muy pocos se<br />

embriagan y todos se comportan con seriedad. Los prisioneros percibían<br />

inconscientemente que por la observancia de la Navidad seguían en contacto con el<br />

resto del mundo, que no estaban por completo aislados del género humano.» Ese<br />

ambiente no era mera ilusión de los reclusos, pues iba acompañado de una<br />

solidaridad real:<br />

Llegaba una inmensa cantidad de provisiones: roscas, pastelillos de<br />

requesón, pastas, bizcochos y otros sabrosos alimentos parecidos. Creo que<br />

no había en la ciudad una sola madre de familia que no enviara algo de lo<br />

que había horneado, a manera de saludo navideño.<br />

Los habitantes de la ciudad también enviaban limosnas a lo largo del año. Algunas<br />

eran entregadas a los presidiarios cuando caminaban por las calles de Omsk en<br />

cuadrillas de trabajo, arrastrando sus grilletes y escoltados. La primera vez que<br />

Dostoievski experimentó esa caridad fue al poco tiempo de ingresar en el penal. Una<br />

niña de unos diez años se acercó a él y puso en su mano una moneda. «Toma este<br />

kopeck en nombre de Cristo», dijo la niña, y el novelista lo guardó como un tesoro<br />

durante muchos años. Dostoievski también atesoró estas experiencias, y en el futuro<br />

se opondría con firmeza a todos los que deseaban reemplazar los valores cristianos<br />

por una mera ética. Él había experimentado el cristianismo en circunstancias en las<br />

que la supervivencia de cualquier moral podía considerarse un milagro. Antes de<br />

ingresar en el penal, unas mujeres habían reconfortado al grupo de condenados:<br />

Hicieron el signo de la cruz y nos entregaron el Nuevo Testamento,<br />

único libro permitido en prisión. Lo tuve bajo mi almohada durante los cuatro<br />

años de mis trabajos forzados.<br />

Lo leía a veces, y se lo leía a otros. Usando el Nuevo Testamento, enseñé a leer a<br />

un presidiario.<br />

La fe en Jesucristo<br />

Esa familiaridad con las páginas evangélicas estará presente, a partir de entonces,<br />

en todas las grandes novelas del escritor ruso. Y no se trata de un conocimiento<br />

teórico, ni de la mera aceptación de unas ideas sublimes, sino de una adhesión<br />

profunda a la persona de Jesucristo:<br />

Soy hijo de este siglo, hijo de la incredulidad y de las dudas, y lo<br />

seguiré siendo hasta el día de mi muerte. Pero mi sed de fe siempre me ha<br />

producido una terrible tortura. Alguna vez Dios me envía momentos de<br />

calma total, y en esos momentos he formulado mi credo personal: que nadie<br />

es más bello, profundo, comprensivo, razonable, viril y perfecto que Cristo.<br />

Pero además -y lo digo con un amor entusiasta- no puede haber nada mejor.<br />

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