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Todo está dominado por la presencia, más allá y a través de una<br />
inmensa asamblea, de Aquel cuyo nombre jamás podría escribir sin el temor<br />
de herir su ternura, ante Quien tengo la dicha de ser un niño perdonado, que<br />
se despierta para saber que todo es regalo.<br />
Un sacerdote se encargó de prepararle para el bautismo:<br />
Lo que me dijo de la doctrina cristiana lo esperaba y lo recibí con<br />
alegría. La enseñanza de la Iglesia era cierta hasta la última coma, y yo<br />
tomaba parte en cada línea con un redoble de aclamaciones, como se<br />
celebra una diana en el blanco. Una sola cosa me sorprendió: la Eucaristía.<br />
No es que me pareciese increíble, pero me maravillaba que el amor divino<br />
hubiese encontrado esa forma inaudita de comunicarse, y sobre todo que<br />
hubiese escogido el pan, que es alimento del pobre y alimento preferido de<br />
los niños. De todos los dones que me ofrecía el cristianismo, ése era el más<br />
hermoso.<br />
La avalancha de preguntas que suscitó Dios Existe provocó la respuesta de<br />
Frossard en otro libro: ¿Hay otro mundo? Su comienzo obligado afirma la existencia<br />
de un mundo cuyo espacio no es el nuestro, cuyo tiempo tampoco es el nuestro, que<br />
no pertenece a nuestro universo ni se rige por nuestras leyes:<br />
Con la mirada del espíritu, yo lo he visto alzarse más bello que la<br />
belleza, más luminoso que la luz. Sería un gran error imaginarlo descolorido<br />
y fantasmal, como si fuera menos concreto que nuestro mundo sensible. La<br />
verdad es lo contrario: es un mundo de una plenitud y de una densidad prodigiosas.<br />
Es la realidad, la última realidad, la que hace que las cosas sean lo<br />
que son. Hacia ese mundo, donde tiene lugar la resurrección de los cuerpos,<br />
todos nos dirigimos. No entraremos en una forma etérea, sino en el corazón<br />
de la vida misma, y allí experimentaremos esa inaudita alegría, multiplicada<br />
por toda la dicha que a su alrededor dispensa, y por el misterio central de la<br />
efusión divina.<br />
Aunque ya lo ha dicho, Frossard se ve obligado a repetir que entró ateo y por<br />
casualidad en una capilla de París, y que salió católico unos minutos más tarde.<br />
También repetirá, para eliminar cualquier sospecha de simpatía previa, su distancia<br />
frente a la Iglesia:<br />
Ninguna institución me era tan extraña como la Iglesia católica, ni tan<br />
antipática diría, si la palabra no incluyera un matiz de hostilidad que no iba<br />
conmigo. Era la Luna, el planeta Marte. Voltaire no me la había elogiado, y<br />
yo casi no leía a nadie más que a él y a Rousseau desde mis doce años. No<br />
obstante, fue a ella, y a ninguna otra, adonde fui devuelto, remitido o<br />
confiado, no lo sé, como a una nueva familia.<br />
La educación del joven Frossard incluía las principales objeciones que se han<br />
formulado contra la Iglesia católica:<br />
¿Cómo hubiera podido yo aprender algo útil y verdadero sobre la<br />
Iglesia? Mis libros solamente me habían hablado de ella en términos<br />
difamatorios: se agarraban a sus pequeñeces y acentuaban sus faltas,<br />
olvidaban sus buenas obras e ignoraban sus grandezas (...]. Mis libros<br />
reconocían el antiguo poder de la Iglesia, pero lo hacían para mejor<br />
censurar el uso que había hecho de él. Su historia era la de una larga y fructuosa<br />
empresa dominadora con máscara filantrópica, pues sólo predicaba la<br />
humildad para obtener resignación, y la esperanza para no oír hablar de<br />
justicia. Esos libros míos citaban gustosamente a los inquisidores y a los<br />
papas pendencieros, pero nunca hablaban de los mártires ni de los santos<br />
[...}. Se mostraban prolijos al hablar de la cabeza política de la Iglesia<br />
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