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hermanos Karamazov, respondiendo a las preguntas de su padre, sintetizan<br />
perfectamente la zozobra interior del novelista. Así conversa Fiódor Karamazov con<br />
sus hijos:<br />
-Dime, Iván, ¿hay Dios, o no? Respóndeme en serio.<br />
-No, no hay Dios.<br />
-Alioscha, ¿existe Dios?<br />
-Sí, existe.<br />
-Iván, ¿hay alguna inmortalidad, por pequeña y modesta que sea?<br />
-No, no la hay.<br />
-¿Ninguna?<br />
-Ninguna.<br />
-Alioscha, ¿hay inmortalidad?<br />
-Sí.<br />
-¿Dios y la inmortalidad juntos?<br />
-Sí, porque Dios es el fundamento de la inmortalidad.<br />
-Supongo que es Iván quien tiene razón. ¡Señor, cuánta fe y energías<br />
ha costado al hombre esta quimera, desde hace miles de años! ¿Quién se<br />
burla así de la humanidad? Iván, por última vez y de forma categórica: ¿Hay<br />
Dios, o no?<br />
-Definitivamente, no.<br />
-¿Quién se burla entonces del mundo?<br />
-Seguramente el diablo -bromeó Iván.<br />
El dios que guarda silencio también habla. Para algunos personajes de<br />
Dostoievski, habla por la boca y por el ejemplo de personas santas, habla en la<br />
belleza de la naturaleza y habla sobre todo en las páginas bíblicas. Alioscha, el más<br />
joven de los hermanos Karamazov, tiene en la novela diecinueve años y es descrito<br />
como un joven alto y bien parecido, sencillo y realista, con un realismo que le lleva a<br />
tomarse muy en serio las palabras de Jesucristo.<br />
Tan pronto como Alioscha se convenció, tras serias reflexiones, de que Dios y la<br />
inmortalidad existían, se dijo sencillamente: «Quiero vivir para la inmortalidad, no<br />
admito compromisos.» Por supuesto, si hubiese admitido que no había Dios ni<br />
inmortalidad, se hubiese hecho ateo y socialista inmediatamente. A Alioscha le<br />
parecía raro e imposible vivir como hasta entonces. Jesucristo había dicho: «Si<br />
quieres ser perfecto da todo lo que tienes y sígueme.» Alioscha se dijo:<br />
«No puedo dar en lugar de todo dos rublos, y en lugar de sígueme ir solamente a<br />
misa. »<br />
Otro de los personajes inolvidables de Dostoievski, el anciano monje Zósima,<br />
cuenta antes de morir la impresión que le produjo la Biblia cuando tenía ocho años<br />
de edad, al escuchar su lectura en la iglesia:<br />
En el país de Hus había un hombre justo y piadoso que poseía<br />
riquezas, muchos camellos, ovejas y asnos. Pero Dios entregó al poder del<br />
diablo al hombre al que amaba tanto, y el diablo hizo morir a sus hijos y su<br />
ganado. Job desgarró sus vestidos y se dirigió a Dios con estas palabras:<br />
«He salido desnudo del vientre de mi madre, y desnudo volveré a la tierra.<br />
Dios me lo dio todo y Dios me lo ha quitado. ¡Que su nombre sea bendito<br />
ahora y siempre!» Perdonen, Padres, mis lágrimas, pues es toda mi infancia<br />
la que surge ante mí, me parece que tengo ocho años y estoy como<br />
entonces, extrañado, turbado, encantado (...). ¡Qué fuerza milagrosa la de la<br />
Sagrada Escritura dada al hombre! Es como la representación del mundo,<br />
del hombre y de su carácter. ¡Cuántos misterios resueltos y<br />
desenmascarados!<br />
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