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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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Por el contrario, la propia Iglesia prohibió severamente el maquillaje de sus textos<br />

canónicos, y esa actitud sólo se explica si la primera comunidad cristiana ha recibido<br />

esos cuatro textos como intocables. Por ello, la conclusión lógica sería otra: el<br />

absurdo de presentarse ante el mundo con unos textos que se prestan a la objeción<br />

inmediata de los adversarios sólo se explica si se admite que, en el comienzo de<br />

todo, existe un mensaje imposible de manipular.<br />

Otras muchas razones -algunas muy sorprendentes- avalan la veracidad de los<br />

textos evangélicos. En ellos, por ejemplo, no se dice una palabra sobre el aspecto<br />

físico de Jesús. Nada que pueda servir de pábulo a la devoción o a la curiosidad.<br />

Esta sobriedad es inexplicable si los Evangelios son inventados, pues no existe<br />

mitología o epopeya religiosa que no se haya preocupado constantemente de<br />

describir el físico de su héroe.<br />

Entre la multitud de ejemplos que aduce Messori, el evangelista Mateo hace algo<br />

absolutamente incomprensible al entregarnos la genealogía de Jesús: introduce, en<br />

la larga serie de nombres masculinos, cuatro nombres de mujer, además del de<br />

María. La mujer, criatura mirada con desconfianza en el mundo hebreo, incluso<br />

considerada impura, con su solo nombre creaba un clima sospechoso, sobre todo en<br />

una genealogía que trataba de revestirse con aires de solemnidad. Pero ese<br />

escándalo resulta intolerable si se examina de cerca a esas cuatro mujeres, pues en<br />

sus vidas encontramos incesto, prostitución, adulterio y asesinato. Textos inventados<br />

jamás hubieran comenzado así, con un reto tan descarado a lo más sagrado de una<br />

cultura a la que se pretende convencer y convertir.<br />

Todo esto -concluye Messori- nos lleva a pensar que los Apóstoles y Evangelistas<br />

no se apartaron un ápice de la verdad, porque en la Palestina de entonces vivían<br />

muchísimos que habían conocido a Jesús y hubieran desenmascarado cualquier<br />

falsificación. Sobre todo, la hostilidad de los opositores les obligaba a no apartarse<br />

de la verdad de los hechos. Cualquier judío que hubiera dicho «Bebed mi sangre»<br />

hubiera sido lapidado en el acto, pues entre los tabús más rigurosos del hebraísmo<br />

está la abstención de sangre. Es un indicio más de que no fue la primitiva comunidad<br />

cristiana la que creó la enseñanza evangélica, sino que fue, por el contrario, obligada<br />

a aceptar un mensaje desconcertante y blasfemo.<br />

Divinidad de Jesucristo<br />

Jesucristo es el único hombre a quien se ha asociado sin<br />

mediatizaciones el nombre de Dios. Pero muchos deben de estar ya<br />

habituados a este escándalo inaudito (...). En la Biblioteca Nacional de<br />

París, espejo fiel de la cultura occidental, su nombre es el segundo en el<br />

número de fichas. El primero, y también es significativo, es Dios. En estas<br />

páginas he tratado de examinar las razones de la testaruda e increíble<br />

afirmación de que aquel oscuro palestino es el Salvador de todos los<br />

hombres.<br />

Así escribe Messori al comienzo de su Hipótesis sobre Jesús. Después aborda la<br />

cuestión de las profecías mesiánicas. En el Antiguo Testamento, las profecías sobre<br />

Jesús son más de trescientas. Pascal reflexiona sobre este dato asombroso y<br />

concluye, que si un hombre hubiera compuesto un libro de profecías sobre la venida<br />

de Jesucristo, el cumplimiento de esas profecías tendría una fuerza divina. Sin em-<br />

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