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germinación del gran Imperio romano. Cierto que después se hundió el<br />
barco, pero no es menos cierto y asombroso que volvió a resurgir recién<br />
pintado y deslumbrante, siempre con la cruz en lo alto. Y éste es el asombro<br />
de la religión: haber transformado un barco hundido en un submarino. Bajo<br />
el peso de las aguas, el arca sobrevivió. Tras el incendio y bajo los<br />
escombros de las dinastías y los clanes, nos alzamos para acordarnos de<br />
Roma.<br />
Si la fe sólo hubiera sido un capricho del decadente Imperio, ambos se<br />
habrían desvanecido en un mismo crepúsculo. Y, si la civilización había de<br />
resurgir más tarde (y las hay que no han resurgido), hubiera tenido que ser<br />
bajo alguna nueva bandera bárbara. Pero la Iglesia cristiana era el último<br />
aliento de la vieja sociedad y el primer aliento de la nueva. Congregó a los<br />
pueblos que olvidaban ya cómo se levantan los arcos, y les enseñó a<br />
construir el arco gótico. En una palabra, lo que se dice contra la Iglesia es lo<br />
más falso que de ella puede decirse. ¿Cómo afirmar que la Iglesia quiere<br />
hacernos retroceder hasta las edades oscuras, cuando a la Iglesia debemos<br />
el haber podido salir de ellas?<br />
Chesterton repite que su cristianismo es una convicción racional y que<br />
los agnósticos se han equivocado al escoger sus hechos. Además, nos dice<br />
que tiene otra razón más profunda para aceptar la verdad cristiana y es que<br />
la enseñanza de la Iglesia es algo vivo, no muerto: algo que nos explica el<br />
pasado y nos alumbra el futuro:<br />
Platón os comunicó una verdad, pero Platón ha muerto. Shakespeare<br />
os deslumbró con una imagen, pero no lo hará de nuevo. En cambio,<br />
figuraos lo que sería vivir con ellos, saber que Platón podría leernos mañana<br />
algo inédito, o que Shakespeare podría conmover al mundo con una nueva<br />
canción. El que está en contacto con la Iglesia viviente es como el que<br />
espera encontrarse con Platón o Shakespeare todos los días, en el<br />
almuerzo, con nuevas verdades desconocidas.<br />
Más argumentos<br />
Chesterton supo confirmar en la fe a muchos amigos y conocidos. Un día escribe a<br />
la hija de unos amigos:<br />
Mi querida Rhoda: la fe también es un hecho y está relacionada con<br />
hechos. Yo sé razonar al menos tan bien como los que te dicen lo contrario,<br />
y me extrañaría que quede por ahí alguna duda que yo no haya albergado,<br />
examinado y disipado. Yo creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del<br />
cielo y de la tierra, y creo en las otras cosas extraordinarias que decimos en<br />
esa oración. Y mi fe es tanto mayor cuanto<br />
Más contemplo la experiencia humana. Cuando te digo «que Dios te<br />
bendiga, mi querida niña», dudo tan poco de Él como de ti.<br />
En 1910 publica Chesterton La esfera y la cruz, una discusión de dos hombres<br />
honrados sobre lo que el autor considera la cuestión más importante del mundo: la<br />
verdad del cristianismo. En el mismo año, un artículo de Robert Dell afirmaba que el<br />
hombre que se hace católico «deja su responsabilidad en el umbral y cree en los<br />
dogmas para librarse de la angustia de pensar». Chesterton responde así:<br />
Euclides, al proponer definiciones absolutas y axiomas inalterables, no<br />
libra a los geómetras del esfuerzo de pensar. Al contrario, les proporciona la<br />
ardua tarea de pensar con lógica. El dogma de la Iglesia limita el<br />
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