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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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Blaise PASCAL<br />

Yo no sé quién me ha puesto en el mundo, ni qué es el mundo, ni qué<br />

soy yo. Me rodean los espacios inmensos, y me encuentro atrapado en un<br />

rincón de esta vasta extensión, sin saber por qué. No veo más que<br />

infinitudes por todas partes, que me envuelven como a un átomo. Y sólo sé<br />

que al salir de este mundo puedo caer para siempre en la nada, o en las<br />

manos de un Dios irritado.<br />

Grandeza y miseria del hombre<br />

Blaise Pascal (1623-1662) nació en Clermont (Francia). Nunca asistió al colegio ni<br />

tuvo otro maestro que su padre, y desde muy pequeño dio muestras de una<br />

inteligencia extraordinaria. A los dieciséis años escribió un Tratado de las secciones<br />

cónicas, a los dieciocho inventó la primera máquina calculadora, después escribió un<br />

Tratado sobre el vacío al que siguieron otros sobre el equilibrio de los líquidos, el<br />

peso de la masa del aire y el triángulo aritmético. Junto a su indiscutible talento, que<br />

le ha valido un puesto de honor en la historia de la ciencia, Pascal posee una<br />

extraordinaria sensibilidad religiosa que hace de él un apasionado buscador de Dios<br />

y del sentido de la vida.<br />

No me importa no profundizar en la hipótesis de Copérnico, pero toda<br />

la vida me importará saber si el alma es mortal o inmortal.<br />

Pascal experimentó en su vida dos conversiones, separadas por lo que denominó<br />

su «período mundano». La segunda conversión tuvo lugar la noche del 23 de<br />

noviembre de 1654, cuando tenía treinta y un años. Fue sacudido por una profunda<br />

iluminación religiosa que escribió de forma resumida en el Memorial, un texto que<br />

llevó cosido a su ropa hasta la muerte. Los últimos años de su vida trabajó en el<br />

proyecto de una apología del cristianismo. A su muerte, una parte del material escrito<br />

con ese fin fue publicado bajo el título Pensamientos y en forma de aforismos:<br />

¡Qué quimera es el hombre! ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos,<br />

qué contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas y gusano infecto,<br />

depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y error, gloria y deshecho<br />

del universo.<br />

Con ironía cansada, advierte en sus Pensamientos que los hombres se entretienen<br />

en perseguir una pelota o una liebre, y que esa ocupación es, incluso, placer de<br />

reyes. De hecho, aunque es muy posible que estén llamados a la plenitud, lo cierto<br />

es que están sumidos en una ceguera miserable que ha llegado a cristalizar como<br />

una segunda naturaleza. La noción de pecado original, pieza clave en la<br />

especulación pascaliana, explica el conflicto entre la grandeza y la miseria del<br />

hombre. Un misterio sin el cual no podemos entendernos a nosotros mismos. El<br />

pecado original da razón de las miserias del hombre, pero son miserias que revelan<br />

su grandeza, eco de nuestra primera naturaleza; «Son miserias de gran señor,<br />

miserias de un rey desposeído.»<br />

Con todo, el ser humano es el mayor espectáculo del mundo. No<br />

sabemos exactamente qué es un cuerpo, menos aún un espíritu, y no<br />

tenemos la menor idea de cómo un cuerpo puede estar unido a un espíritu,<br />

aunque eso somos precisamente los hombres. Por ello, aunque somos la<br />

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