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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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que se pueda proponer. Pobre chico, no sabe lo que significa hacer felices a<br />

los demás, y yo tampoco puedo enseñárselo. No tiene religión, se mofa de<br />

Jesucristo y usa el nombre de Dios irrespetuosamente. Aunque yo tampoco<br />

soy ortodoxa, me duele cada vez que noto lo abandonado, lo despreciativo y<br />

lo pobre de espíritu que es.<br />

A diferencia de Peter, Ana sabe muy bien lo que quiere. Si siempre se ha sentido<br />

rebosante de ideas e ideales, con ganas de comerse el mundo y de anticiparse al<br />

futuro, la redacción del Diario le ha servido para concretar esa ebullición en la<br />

profesión de periodista. El 5 de abril de 1944 se pregunta qué sentido tiene su<br />

exigente horario de estudio en el refugio, cuando el fin de la guerra parece remoto e<br />

irreal. Ésta es su respuesta:<br />

Debo seguir estudiando, para no ser ignorante, para progresar, para<br />

ser periodista, porque eso es lo que quiero ser [...]. Antes siempre me<br />

lamentaba por no saber dibujar, pero ahora estoy más que contenta de que<br />

al menos sé escribir {...}. Quiero progresar; no puedo imaginarme que<br />

tuviera que vivir como mamá, la señora Van Daan y todas esas mujeres que<br />

hacen sus tareas y que más tarde todo el mundo olvidará. Aparte de un<br />

marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme. No quiero haber<br />

vivido para nada, como la mayoría de las personas. Quiero ser de utilidad y<br />

alegría para los que vivan a mi alrededor, aun sin conocerme. ¡Quiero seguir<br />

viviendo, aun después de muerta! Y por eso agradezco tanto a Dios que me<br />

haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea,<br />

de expresar todo lo que llevo dentro de mí. Cuando escribo se me pasa<br />

todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la<br />

gran pregunta: ¿Podré escribir algo grande algún día? ¿Llegaré algún día a<br />

ser periodista y escritora?<br />

El 4 de agosto de 1944, policías de las SS detuvieron a los ocho escondidos, los<br />

separaron y los enviaron a campos de concentración. Relatos de supervivientes,<br />

recogidos por E. Schnabel, permiten sorprender algunas instantáneas de los últimos<br />

días de Ana. Madame de Wiek la recuerda en Auschwitz, con la cabeza rapada y sus<br />

grandes ojos negros, sentada cerca de la cama de un chiquillo de doce años llamado<br />

David: «Ana y él hablaban siempre de <strong>DIOS</strong>.»<br />

Su jovialidad había desaparecido, pero seguía siendo viva y afectuosa.<br />

Para pasar lista, para el trabajo, para la distribución de alimentos,<br />

estábamos divididas en grupos de cinco (por lo demás, sólo teníamos una<br />

taza para cada cinco). Ana era la más joven de su grupo, y sin embargo era<br />

la jefa, y repartía el pan en el barracón: lo hacía bien, con equidad, y a nadie<br />

se oyó reclamar.<br />

La veo de pie ante la puerta, mirando el camino por donde se empujaba<br />

a un grupo de gitanas, completamente desnudas, hacia el horno crematorio.<br />

Ana las seguía con los ojos, llorando. Y lloró también cuando desfilamos<br />

ante los niños húngaros, unos niños que esperaban desde hacía doce<br />

horas, desnudos bajo la lluvia, el turno para pasar a la cámara de gas. Ana<br />

me dio con el codo y me dijo: «Fíjate en sus ojos.» Y lloraba, mientras que a<br />

la mayoría de nosotras hacía ya mucho que se nos habían agotado las<br />

lágrimas.<br />

De Auschwitz, Ana y Margot fueron trasladadas a Bergen-Belsen. Como<br />

consecuencia de las desastrosas condiciones higiénicas, hubo una epidemia de tifus<br />

que costó la vida a miles de internados, entre ellos Margot. «En aquellos momentos,<br />

Ana estaba demasiado enferma para anunciarle la muerte de su hermana, pero lo<br />

adivinó todo. Algunos días más tarde murió también ella, apaciblemente, con la<br />

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