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DIOS Y LOS NÁUFRAGOS ( José Ramón Ayllón)

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agradecen profundamente. Entre los múltiples pasajes donde resplandece esta<br />

alegría he seleccionado cuatro. En el primero hemos escuchado al padre de Sonia,<br />

Marmeladov, un pobre borracho sobre el que se ceban los infortunios. El segundo<br />

testimonio pertenece a Dimitri Karamazov. Es un hombre culto, que aprecia las<br />

grandes conquistas del conocimiento positivista, sin confundir el universo científico<br />

con el universo real: « ¡Qué grande es la ciencia que lo explica todo! Sin embargo,<br />

echo de menos a Dios. » Dimitri, encarcelado y a la espera de ser juzgado y<br />

condenado a trabajar veinte años en las minas, abre su corazón a su hermano<br />

Alioscha con unas palabras en las que se esculpe al hombre como un ser esencialmente<br />

religioso:<br />

Hace tiempo que quería decirte muchas cosas, pero siempre callaba lo<br />

esencial porque me parecía que no había llegado el momento. He esperado<br />

hasta última hora para ser sincero. Hermano, desde mi detención he sentido<br />

nacer en mí un nuevo ser (…) No he matado a mi padre, pero acepto la<br />

expiación. Aquí, entre estos vergonzosos muros, he tenido conciencia de<br />

todo eso. Bajo la tierra hay centenares de hombres con el martillo en la<br />

mano. Sí, estaremos encadenados, privados de libertad, pero en nuestro<br />

dolor resucitaremos a la alegría sin la cual el hombre no puede vivir, ni Dios<br />

existir, pues es Él quien la otorga: es su gran privilegio. ¡Señor, que el<br />

hombre se consuma en la oración! ¿Cómo viviré bajo la tierra sin Dios? Si<br />

se expulsa a Dios de la tierra, ¡nosotros lo encontraremos debajo de ella! Un<br />

condenado puede pasar sin Dios menos que un hombre libre. ¡Y entonces<br />

nosotros, los hombres subterráneos, cantaremos desde las entrañas de la<br />

tierra un himno trágico al Dios de la alegría! ¡Viva Dios y viva su alegría<br />

divina! ¡Yo le amo!<br />

En Zósima, el viejo y enfermo monje amado por el pueblo, apreciaremos a<br />

continuación una alegría exultante, sin las aristas dramáticas de la mayor parte de<br />

los protagonistas de Dostoievski:<br />

Yo bendigo todos los días la salida del sol, mi corazón le canta un<br />

himno como antes, pero prefiero su puesta de rayos oblicuos, evocadora de<br />

dulces y tiernos recuerdos, de queridas imágenes de vida, larga vida<br />

bendita, coronada por la verdad divina que calma, reconcilia y absuelve. Sé<br />

que estoy al término de mi existencia y siento que todos los días de mi vida<br />

se unen a la vida eterna, desconocida pero cercana, cuyo presentimiento<br />

hace vibrar mi alma de entusiasmo, ilumina mi pensamiento, me enternece<br />

el corazón.<br />

Si el perdón divino es fuente de alegría, no lo es menos la promesa de una<br />

inmortalidad feliz. Así lo siente Zósima, y con esa promesa se cierra la agitada<br />

historia de los Karamazov. En la última página de la novela, después del entierro de<br />

un adolescente, varios de sus compañeros se despiden de Alioscha y el lector asiste<br />

a este diálogo encantador:<br />

-¡Karamazov! -exclamó Kolia-. ¿Es verdad lo que dice la religión de que<br />

resucitaremos de entre los muertos y volveremos a vernos todos, incluso<br />

Iliuscha?<br />

-Es verdad: resucitaremos, volveremos a vernos y nos contaremos<br />

alegremente todo lo que ha ocurrido -respondió Alioscha sonriendo.<br />

-¡Qué hermoso será eso! -exclamó Kolia.<br />

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