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agradecen profundamente. Entre los múltiples pasajes donde resplandece esta<br />
alegría he seleccionado cuatro. En el primero hemos escuchado al padre de Sonia,<br />
Marmeladov, un pobre borracho sobre el que se ceban los infortunios. El segundo<br />
testimonio pertenece a Dimitri Karamazov. Es un hombre culto, que aprecia las<br />
grandes conquistas del conocimiento positivista, sin confundir el universo científico<br />
con el universo real: « ¡Qué grande es la ciencia que lo explica todo! Sin embargo,<br />
echo de menos a Dios. » Dimitri, encarcelado y a la espera de ser juzgado y<br />
condenado a trabajar veinte años en las minas, abre su corazón a su hermano<br />
Alioscha con unas palabras en las que se esculpe al hombre como un ser esencialmente<br />
religioso:<br />
Hace tiempo que quería decirte muchas cosas, pero siempre callaba lo<br />
esencial porque me parecía que no había llegado el momento. He esperado<br />
hasta última hora para ser sincero. Hermano, desde mi detención he sentido<br />
nacer en mí un nuevo ser (…) No he matado a mi padre, pero acepto la<br />
expiación. Aquí, entre estos vergonzosos muros, he tenido conciencia de<br />
todo eso. Bajo la tierra hay centenares de hombres con el martillo en la<br />
mano. Sí, estaremos encadenados, privados de libertad, pero en nuestro<br />
dolor resucitaremos a la alegría sin la cual el hombre no puede vivir, ni Dios<br />
existir, pues es Él quien la otorga: es su gran privilegio. ¡Señor, que el<br />
hombre se consuma en la oración! ¿Cómo viviré bajo la tierra sin Dios? Si<br />
se expulsa a Dios de la tierra, ¡nosotros lo encontraremos debajo de ella! Un<br />
condenado puede pasar sin Dios menos que un hombre libre. ¡Y entonces<br />
nosotros, los hombres subterráneos, cantaremos desde las entrañas de la<br />
tierra un himno trágico al Dios de la alegría! ¡Viva Dios y viva su alegría<br />
divina! ¡Yo le amo!<br />
En Zósima, el viejo y enfermo monje amado por el pueblo, apreciaremos a<br />
continuación una alegría exultante, sin las aristas dramáticas de la mayor parte de<br />
los protagonistas de Dostoievski:<br />
Yo bendigo todos los días la salida del sol, mi corazón le canta un<br />
himno como antes, pero prefiero su puesta de rayos oblicuos, evocadora de<br />
dulces y tiernos recuerdos, de queridas imágenes de vida, larga vida<br />
bendita, coronada por la verdad divina que calma, reconcilia y absuelve. Sé<br />
que estoy al término de mi existencia y siento que todos los días de mi vida<br />
se unen a la vida eterna, desconocida pero cercana, cuyo presentimiento<br />
hace vibrar mi alma de entusiasmo, ilumina mi pensamiento, me enternece<br />
el corazón.<br />
Si el perdón divino es fuente de alegría, no lo es menos la promesa de una<br />
inmortalidad feliz. Así lo siente Zósima, y con esa promesa se cierra la agitada<br />
historia de los Karamazov. En la última página de la novela, después del entierro de<br />
un adolescente, varios de sus compañeros se despiden de Alioscha y el lector asiste<br />
a este diálogo encantador:<br />
-¡Karamazov! -exclamó Kolia-. ¿Es verdad lo que dice la religión de que<br />
resucitaremos de entre los muertos y volveremos a vernos todos, incluso<br />
Iliuscha?<br />
-Es verdad: resucitaremos, volveremos a vernos y nos contaremos<br />
alegremente todo lo que ha ocurrido -respondió Alioscha sonriendo.<br />
-¡Qué hermoso será eso! -exclamó Kolia.<br />
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