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de su victoria sobre la mordedura de la muerte. En esos momentos mi incredulidad<br />
se derrumbó, y el judaísmo palideció ante la aurora de Cristo: Cristo en el misterio de<br />
la Cruz.<br />
Esta luz se acrecentó de forma decisiva en la casa de campo de unos amigos.<br />
Pasaba Edith unos días de vacaciones. Una noche tomó de la biblioteca un libro al<br />
azar, que resultó ser La vida de santa Teresa, su célebre autobiografía:<br />
Empecé a leer y fui cautivada inmediatamente, sin poder dejar de leer hasta el fin.<br />
Cuando cerré el libro, me dije: « ¡Esto es la verdad! »<br />
El 1 de enero de 1922 Edith sintió que, con el bautismo, renacía a una vida que la<br />
colmaba de gozo. Dejó la universidad y trabajó en el Instituto Pedagógico de Münster<br />
hasta su destitución, en 1933, por el régimen nacionalsocialista. Un año más tarde<br />
profesó como carmelita descalza. En 1938, ante el antisemitismo nazi, sus hermanas<br />
del Carmelo de Colonia entienden que es prudente que salga de Alemania y se<br />
traslade al convento de Echt, en Holanda. Allí fue hecha prisionera en 1942. El 9 de<br />
agosto de ese mismo año entregó su alma al Señor en las cámaras de gas del campo<br />
de concentración de Auschwitz.<br />
Muchos se han preguntado, empezando por el mismo Husserl, qué pudo hallar<br />
Edith Stein en la vida de Teresa de Ávila para decidirse a dar el salto hacia la fe. La<br />
respuesta que propone el profesor López Quintás, en su ensayo Cuatro filósofos en<br />
busca de Dios, son unas palabras que Edith Stein publicó el mismo año de su<br />
conversión en un trabajo de psicología:<br />
Hay un estado de descanso en Dios en el que, haciendo del porvenir asunto de la<br />
voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. He experimentado ese<br />
estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas<br />
mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda<br />
posibilidad de acción. No es la detención de la actividad que sigue a la falta de<br />
impulso vital. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes<br />
era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de<br />
liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad.<br />
Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que,<br />
poco a poco, comienza a colmarme y -sin ninguna presión por parte de mi voluntad-<br />
a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este flujo vital me parece ascender de una<br />
Actividad y de una Fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas<br />
en mí. La única suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual<br />
parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el fondo de la estructura<br />
de la persona.<br />
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