el hecho de que algo sea incomprensible no significa que no exista. Por tanto, si hemos de ser intelectualmente honrados, habremos de reconocer que hay problemas que nos sobrepasan. Porque, si nuestra razón no reconoce esto, es una razón débil: Hay que saber dudar cuando sea necesario, tener certeza cuando sea necesario, someterse cuando sea necesario. Quien no hace esto no entiende la fuerza de la razón. Pascal acepta y hace suyo el racionalismo en el terreno de la ciencia, pero entiende que el racionalismo no se puede extender al terreno religioso y moral. Piensa que en este campo la exigencia primera y fundamental es una comprensión del hombre en cuanto tal, y que la razón es incapaz de lograr dicha comprensión. Así, en aras de la propia objetividad, Pascal procurará evitar dos excesos: excluir la razón y no admitir más que la razón. Del cristianismo en concreto, después de estudiar de forma exhaustiva su historia, dirá que, si un hombre hubiera compuesto un libro de profecías sobre la venida de Jesucristo, el cumplimiento de esas profecías tendría una fuerza divina. Pero lo que en realidad ha sucedido es mucho más: una sucesión de hombres durante muchos siglos, han profetizado el mismo acontecimiento. Es todo un pueblo quien lo anuncia. Por eso, pacíficamente declara: Para los que desean ver a Dios hay suficiente luz, y suficiente oscuridad para los que no quieren verlo. Todos aquellos que han pretendido conocer a Dios y probar su existencia sin Jesucristo aducían solamente pruebas ineficaces. En cambio, para probar a Jesucristo tenemos las profecías, que son pruebas sólidas y tangibles. Y el hecho de que se hayan cumplido y comprobado en los hechos, fundamenta la certeza de aquella verdad y constituye la prueba de la divinidad de Jesucristo. En él y por él conocemos a Dios. Sin Jesucristo y sin la Escritura no se puede probar a Dios de un modo absoluto. Un análisis comparativo llevará a Pascal a una significativa constatación histórica: lo que Platón no pudo inculcar a algunos pocos hombres escogidos y muy instruidos, una fuerza secreta lo inculca en millones de hombres ignorantes, por el poder de unas pocas palabras. Además, ciertas cuestiones que la humanidad hubiera podido conocer por medio de sus mejores inteligencias, la religión cristiana las enseña a sus hijos. Del análisis de los contenidos de la fe cristiana llega a varias conclusiones: Los ateos deben exponer sus argumentos con claridad, y no está nada claro que el alma sea material. La fe dice lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario de lo que ellos ven: está por encima, y no en contra. ¿Qué argumento demuestra que no se puede resucitar? ¿Es más difícil nacer o resucitar, que exista lo que nunca ha existido o que lo que ha existido siga existiendo? ¿Es más difícil empezar a ser que volver a ser? La costumbre nos presenta lo uno fácil, y la falta de costumbre hace lo otro imposible. Vulgar forma de juzgar. Aún como mera posibilidad -dirá Pascal-, es indudable que después de la muerte podríamos ser eternamente aniquilados o eternamente desgraciados. Con la misma sangre fría afirma la posibilidad de la existencia o la no existencia de Dios, pues aquí la razón no aporta evidencias. Está claro que Dios existe o no existe -no puede ser de otra manera-, pero esta disyuntiva no nos tranquiliza en absoluto. Por el contrario, nos obliga a apostar, pues estamos embarcados en la aventura de la vida y vamos a morir. Las matemáticas no demuestran la existencia de Dios, pero la lógica última del matemático Pascal resulta impecable: si apostamos por la existencia de Dios y 72
ganamos, ganamos todo; si perdemos, no perdemos nada. Por lo tanto, hay que apostar que existe, sin vacilar. Una consecuencia de este planteamiento puede leerse en uno de sus aforismos más conocidos: Sólo existen dos clases de personas razonables: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen. 73