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el matrimonio o con ayuda de los padres (no hay datos de que interviniera
el cura). En algunos casos se reunían los hermanos adultos (ni
cuñados, ni cuñadas) para mediar o arreglar los problemas entre los
miembros de la familia.
El deber del marido era mantener y cuidar de su familia. El de la
mujer, ayudar en lo que podía al marido, ocuparse de las tareas domésticas,
velar por la salud de sus hijos y por su formación religiosa.
Mientras los niños eran pequeños dependían mayoritariamente de
la madre, y el padre asumía la educación de los varones cuando éstos
empezaban a ayudarle en el trabajo (progresivamente a partir de los
10 años y de forma ya total a los 14).
La madre iba enseñando los secretos de la vida y la organización
del hogar a sus hijas. Los padres enseñaban a los hijos cómo era el trabajo
en el caserío o las técnicas de su oficio si era artesano y la forma
de comportarse en la industria y el taller si era obrero. Esta forma de
transmisión de padres a hijos creaba sólidos lazos de unión familiar.
En la escuela los niños y niñas entraban con unos 6 años y la abandonaban
con 14 años. Ya antes de su ingreso, en el hogar adquirían
algunos rudimentos para familiarizarse con los números y las letras.
Como acaba de señalarse, la educación religiosa se empezaba a inculcar
desde muy pequeños por parte de la madre y de la abuela si
ésta vivía en la casa. Ellas enseñaban a rezar y la doctrina cristiana, cuidaban
del escrupuloso respeto de los mandatos de la Iglesia y velaban
por el devoto cumplimiento de las oraciones diarias (en el caserío,
siempre era una mujer la que dirigía el rosario diario al atardecer hasta
que la radio hizo innecesaria la labor). Desde una perspectiva amplia,
puede decirse que la madre asumía una doble gestación: la natural de
la vida física —concebir hijos—, y la espiritual mediante el cultivo del
sentimiento religioso entre los suyos.
La mujer intervenía también desde un primer plano en el mantenimiento
de la religiosidad social. Y no es que así se minimizara la
importancia del hecho religioso (como en la expresión «eso es cosa de
mujeres»), sino al contrario: en muchos aspectos de la vida familiar del
vasco, las responsabilidades más trascendentales o delicadas se depositaban
en manos de la esposa o hermana, como se irá viendo en otros
apartados de este libro.
En Anexo ponemos un cuadro sobre los diversos nombres de parentesco
usados en Oria.
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